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¿Es radioteatro visual? ¿Es cine mudo teatral? ¿Es pantomima radial? ¡No! ¡Es Velada Fantômas! Así como el famoso villano de los folletines de Pierre Souvestre y Marcel Allain (Francia, 1913) cambia de disfraz y con él nunca nada es lo que parece, este espectáculo también juega con lo inesperado. Y así como en algunas fotos hay un detalle, un “punctum”, que punza e incentiva la reflexión, aquí algo despierta la curiosidad y nos preguntamos por el truco de magia, el mecanismo del juguete fantástico.
En el escenario, a la izquierda, están los músicos y sus instrumentos; en el centro, de manera alternada, un cantante que relata líricamente los sucesos y cuatro actores que realizan pantomima y mueven sus labios en extraordinaria coordinación con las voces de otros actores sentados a la derecha, en un panel con micrófonos, a cargo de los diálogos. Concierto, canto lírico, cine mudo, radioteatro, todo en simultáneo, en vivo, en escena. Se narra la historia del personaje Fantômas, “emperador del crimen”, cuyas aventuras pasaron de la serie literaria al cine (primero mudo) y al radioteatro, entre otras formas. La puesta en escena de Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu, con texto a cargo de Ricardo Ibarlucía, toma la obra del poeta surrealista Robert Desnos, La gran letanía de Fantômas, compuesta para Radio-París en 1933, en la que participaron, entre otros, nada menos que Kurt Weill, Alejo Carpentier y Antonin Artaud. Cabe mencionar que, para esta “suite radiofónica”, Desnos se había basado no sólo en la serie de Fantômas sino también en otros materiales a los que había dado una vuelta de tuerca paródica. Ya desde sus orígenes, entonces, se combinan diversas artes y fuentes. Esta capacidad de vincular lo aparentemente distante continúa, plena de vigor, en la puesta en Buenos Aires. Como en un palimpsesto, además, se evidencian las huellas de ese recorrido histórico.
En el espectáculo, encargado por el Centro de Experimentación del Teatro Colón, algo produce un encantamiento, a la manera de un mago o del mismísimo Fantômas. ¿Acaso sea el vértigo circense en cada movimiento de labios que debe coincidir milimétricamente con una voz? Si la exactitud es mérito de por sí en tanto trabajo exhaustivo, aquí además tiene una función expresiva y logra un efecto de extrañamiento, dentro del mecanismo sin fallas. Una deliciosa combinación entre lo familiar y lo inquietante, entre realismos y surrealismos. ¿Pero extrañeza por qué, si es un engranaje sin fisuras, y si cuenta el viejo truco del gato y el ratón, el policía y el ladrón? Sí, han sido especialmente atractivas las hazañas antiheroicas de Fantômas en novelas, cine y radioteatro. Pero ¿por qué esta puesta es particularmente sugerente? Aventuro una hipótesis: tal vez, justamente, porque en general estamos habituados a esas formas artísticas por separado y en este espectáculo, al presentar la pantomima del cine mudo, el radioteatro y la orquesta simultáneamente y en escena, algo ocurre, como un ligero corrimiento, una fricción, contrastes inesperados de silencio y sonido, movimiento y estatismo, entre un actor y su doble. Aparece la mirada extrañada. Lo que esperamos (que de la boca de un actor surja el sonido de su voz, por ejemplo) no sucede, y lo que no esperamos (que “el otro” complete la acción) sí acontece. Paradójicamente, entonces, la exactitud extrema en el engranaje de las partes permite lo extraordinario, una rendija por la que se cuelan el asombro y la risa triunfal de Fantômas.
Velada Fantômas, de Robert Desnos, dramaturgia de Ricardo Ibarlucía, dirección de Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu, Centro de Experimentación del Teatro Colón – Hasta Trilce, Buenos Aires.
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