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Cuesta creer que el autor de las delicadas acuarelas de Sur imaginario es el mismo de Parque, aquel mecano urbano desquiciado con que Leopoldo Estol sorprendió a los desprevenidos visitantes de una galería céntrica hace poco más de diez años. El entomólogo del mundo posindustrial se ha convertido en sutil paisajista de la arcadia natural; el observador atento de la morfología de los desechos industriales se ha vuelto etnógrafo de la vida rural cordillerana; la instalación y el ready-made se han abierto al dibujo, la acuarela y el apunte biográfico. Por si quedaran dudas de que aquí el mundo es otro, ya no hay que esquivar packs de agua mineral ni cubetas plásticas sino atravesar una especie de tranquera de troncos recién cortados, para entrar al Sur visto o imaginado por Estol en Valcheta, Los Menucos, Prahuaniyeu, Yuco, Lolog, San Martín de los Andes, Aluminé, nombres que traen ecos mapuches, también vivificados por el viaje. A primera vista, de aquel otro, el antiarquitecto de restos urbanos, sólo quedan algunos rastros a la entrada de la galería: un esqueleto de lavarropas que sin embargo deja oír el runrún del motor en marcha, una maquinaria abstrusa que le lava los dientes a un transformer de cine de superacción barato. Pero el que brilla en las acuarelas es el viajero de la Patagonia, cuya bitácora 3D se exhibe antes de entrar a la sala en una vitrina, como una genealogía del salto, de su biblioteca ampliada, su filosofía aforística y sus primeros apuntes gráficos. Ya detrás de la tranquera hay paisajes mínimos de colores pálidos (unos cerros pelados, una vías de tren de trocha angosta, unos troncos caídos junto a un río) pero también bosques iridiscentes, surreales, que recuerdan al último David Hockney, de vuelta en los campos de Yorkshire después del periplo californiano. Hay ranchos con aljibes y cuerdas de tender la ropa, familias completas que ofrecen mate, noches de carpa en el monte y una pareja jovial haciendo equilibrio en las vías del tren en un mural al fondo; pero si se observa bien, hay también unos recortes de quien acostumbró la mirada a la media distancia de las ciudades: un pie con una zapatilla junto a una sandía madura, una chapuza de surtidor de agua improvisado con ladrillos, mangueras y tachos, un caracol, una boca, un auto en llamas. Queda claro hacia el final del recorrido que Estol se ha convertido en estos años en el “antropólogo undercover” del que habla Lux Lindner (¡más textos como el de Lindner para nuestra crítica de arte!), que se sumerge en el lugar y quiere hacernos partícipes (con “un ‘¡mirá, fue así!’ o un ‘mirá que podría ser así’”, dice Lindner), que ha ensanchado el horizonte de la mirada y extendido el repertorio de posibilidades del arte contemporáneo. Caben ahora el amasijo urbano, los bordes olvidados de las ciudades y también el Sur imaginado. Caben la instalación, el ready-made, la fotografía conceptual y también la vibración íntima y sentida de la acuarela destemplada.
Leopoldo Estol, Sur imaginario, Document-Art Gallery, Buenos Aires, 22 de marzo – 9 de mayo de 2016.
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