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El argumento dramático de Cumbia para camaleones, escrita y dirigida por Valeria Correa, está enteramente determinado por la situación espacial, escénica, de la que parte. Y su mundo se limita inteligentemente a esa pequeña realidad inicial. Se trata del pequeño universo constituido por una precaria habitación de hospital público del conurbano bonaerense, donde un preso se encuentra bajo el doble régimen de vigilancia del sistema sanitario y del policial. En este contexto, la obra desarrolla los lazos tripartitos entre el recluso, Daniel (Julián Vilar), el policía encargado de vigilarlo, Francisco (Lalo Rotaveria), y Roxy (Laura López Moyano), la enfermera que debe asistirlo en los cuidados necesarios —porque el Estado no solamente debe procurar que el preso no escape, también debe evitar su muerte—. Este triángulo armado en torno a la vigilancia, la sujeción y la restricción espacial también se va conformando como geometría amorosa.
Más allá de las limitaciones usuales que implican los dos regímenes de control y vigilancia a que Daniel está sometido, el primer elemento que resulta abrumador de esa situación es que, aparentemente, él no tiene siquiera la posibilidad de estar un segundo solo. En todo momento, el policía o la enfermera deben permanecer en la habitación. Su privacidad se ve así más limitada todavía que en el espacio carcelario. El otro elemento ostensiblemente opresor es la doble correa que lo sujeta a ese espacio, aferrándolo a una inmovilidad sanitario-policial: por un lado, las esposas policiales lo sujetan a la cama del hospital; por otro, la sonda médica lo une al dispositivo que sostiene el precario equilibrio de la administración del medicamento. En esa situación, Daniel comparte sus horas con Roxy, a la que desea, con Francisco, al que intenta sobornar para huir, y con Francisco y Roxy, quienes también han desarrollado un vínculo propio, afectivo, comercial, delictivo y extorsivo.
En ese marco de sometimientos, los empleados del Estado no están en modo alguno menos sujetos que el recluso, o sólo lo están en el alcance de sus movimientos espaciales, en sus posibilidades de desplazarse (un poco) más libremente. Pero se encuentran rígidamente aferrados, incluso en el plano espacial, por las condiciones laborales —Francisco, por ejemplo, recibe la orden de permanecer allí toda una jornada laboral de guardia luego de finalizada su propia jornada, pues su reemplazo no podrá llegar por un paro de transportes—. A pesar de las restricciones de su situación, Daniel goza, en cambio, de una suerte de libertad interior que le permite ir más allá, al menos espiritualmente, de los límites impuestos por las limitaciones físicas. Y así inventa cumbias para burlar a su guardián y para cortejar a su princesa, Roxy, a quien ha logrado conquistar. Estas cumbias, improvisadas o no, van marcando los recreos y momentos cómicos de la obra.
A su vez, los representantes del Estado no son enteramente ajenos al crimen, y Francisco usa el hospital para llevar a cabo negocios ilegales y apropiarse, por interpósita Roxy, de medicamentos. Así, en la pequeña pieza del hospital público, el criminal desnudo y hospitalizado disputa con el criminal uniformado el amor de una mujer.
En esta trama tejida puntillosamente, las actuaciones son sólidas e incluso excelentes (¡lo que hace Laura López Moyano sobre el escenario es de otro mundo!) y todo el conjunto dramático (el vestuario, la escenografía, la música, la iluminación) funciona de manera armónica. La obra deja así una agradable sensación de organicidad clásica.
Cumbia para camaleones, dramaturgia y dirección de Valeria Correa, Espacio Sísmico, Buenos Aires.
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