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Juan Francisco Ferré (Málaga, 1962) ha escrito en El Rey del Juego una parodia al cuadrado. Si en Providence (finalista del Premio Herralde en 2009) enfoca su mirilla hacia América y en Karnaval (ganadora del Premio Herralde en 2012) se ocupa de los desfiladeros morales del mundo globalizado, en El Rey del Juego le toca el turno a la España de hoy, que es la España de siempre, aunque con un giro de tuerca más. Por su temática, podría pensarse esta novela dentro de cierta línea de la narrativa española actual que se ocupa de la crisis; sin embargo, por su resolución formal, abandona esos márgenes: rehúye la solemnidad y la sentencia, así como las variaciones contemporáneas del realismo; no opta por un devenir argumental grave, sino por una estructura narrativa que avanza por fracturas y que representa el delirio y lo amplifica. Se suma la parodia crítica, la influencia de la literatura posmoderna norteamericana, del cine de serie B y de los videojuegos. Si ética y estética son una, entonces, El Rey del Juego, de Ferré, y por extensión toda su narrativa, se desvía de esa tendencia, y a la par interviene, proponiendo el humor y la parodia como elementos que impulsan la reflexión.
La historia comienza en un bar, en concreto el galdosiano Bar de Bringas, al que acude el escritor de ciencia ficción Axel Bocanegra para reunirse con dos fans. A partir de ese punto, las leyes de la realidad se convulsionan y el desorientado personaje se interna en un viaje que incluye violencia, sexo, alcohol y pastillas por una España disparatada que acaba de perder, irrisoriamente, el Mundial de Fútbol. Siguiendo el modelo cervantino, una peripecia se encadena con la siguiente entre diálogos desopilantes. Un edificio fantasmal que hace las funciones de espacio cultural, la aparición del Rey a orillas del río Tormes tras sufrir un atentado, así como el cameo de otros personajes de la farándula española, o un interrogatorio con tintes de ensayo sobre la identidad nacional son algunos de los hitos o singularidades de la trama. La novela está organizada de tal forma que los personajes transitan por diversos niveles, a la manera de un videojuego perverso que parece que se carcajea de sus protagonistas. A la vez esos niveles son distintos estratos de realidad o de sueño: “Una vez descartadas todas las hipótesis verosímiles sobre un caso, la verdad aparecerá resplandeciente como el sol ante nuestros ojos, por inverosímil que parezca, pero lo hará bajo la tapadera de la ficción”. Un simulacro, al fin. Para construir ese plano desenfadado de España, en la novela se mezclan elementos de thriller, de novela de carretera, de ensayo, de novela de acción o incluso cuentos intercalados. Capítulo aparte merecerían las numerosas referencias que se pueden encontrar: desde El Quijote o La vida es sueño hasta Tarantino, Kubrick o David Foster Wallace, por mencionar solamente algunas pocas.
La voluntad, entonces, es la de arrojar una mirada extrañada sobre la realidad, una mirada pasada por el sueño, por la pesadilla a ratos (bastantes), por los psicotrópicos. El juego va, por así decirlo, de que la irrealidad interrogue con un gran golpe de efecto a la realidad. La idea de engaño, de fingimiento, domina cada estrato de la vida, por ello todo en la novela es multiforme, poliédrico, mutable y está constantemente acechado por la condición de falsedad. Parece ser que “el disparate es la lógica política del siglo XXI”. Juan Francisco Ferré, ante ello, escribe una obra disparatada, una parodia aumentada.
Juan Francisco Ferré, El Rey del Juego, Anagrama, 2015, 280 págs.
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