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Leer esta selección de poemas de una de las más importantes voces de la poesía norteamericana actual, en un recorrido que atraviesa su producción desde la década de los ochenta hasta ahora, da la posibilidad de asistir, con las variaciones vivenciales que cada circunstancia vital impone, al despliegue notorio de una poética del cuerpo. El cuerpo como dador de conocimiento nombrado por encima de cualquier lengua represiva, con las comparaciones más crudas, de la manera más directa o menos cómoda, como si la aspereza fuese el único modo de atravesar la lengua para decir aquello que se está queriendo decir. Una poesía asida a ese dar cuenta del cuerpo, de lo que le sucede en la plenitud gozosa y en la agresividad destructiva. El cuerpo, que trasciende sus límites en el encuentro amoroso y en la decadencia física o en la muerte literal que lo arroja fuera, es aquí el gran protagonista. Una poesía, la de Sharon Olds, que hace centro —como quien ubica la punta de un compás— en las relaciones familiares, en las escenas dentro del mundo privado de una casa donde los vínculos se observan y se sostienen a través del cuerpo. Dice cuando escucha a su padre roncar: “permanecía toda la noche acostado como una bestia abatida y emitía su llamado espeso / abismal, tapado, como un grito de ayuda. Y nadie nunca acudió”. Sus descripciones son ajustadas y sin escrúpulos: “el enorme y oscuro coágulo de flema subía por la nariz y / bajaba”. Algo similar sucede cuando describe el primer sexo después de haber parido o el correr de la sangre en el inodoro durante un aborto natural.
Un ojo escrutador, siempre amoroso sin embargo, observa sin falsos pudores los cuerpos que crecen, los hijos que pasan de la niñez a la adolescencia, esas transiciones donde el erotismo se manifiesta desconocido y toma posesión de los cuerpos. El cuerpo de la madre que, con el peso de una vida de frustraciones, se desploma sobre el de la hija. El de un padre que sufre los estragos del alcohol y la enfermedad terminal. El cuerpo propio cuando se es una niña junto a los hermanos, en medio del castigo corporal que hace saltar los anteojos de un bofetón o da la orden de ser atado a una silla. Olds hace una poesía emocional y conmovedora con pocos elementos, los más comunes puertas adentro, en los traslados previsibles, salvo el gran misterio de los cuerpos. Sabe también que es en los cuerpos, en sus debilidades, en sus diferencias, donde la represión social se descarga con la insistencia invisible de las estructuras violentas y autoritarias que siguen en funcionamiento. Frente a eso su actitud es transgresora, diría que lo es a veces hasta de una manera exhibicionista, cuando casi se adivina la risa frente al escándalo que va a causar. Como sucede en el poema “El pene del papa”. Lo transgresivo aparece más ligado a una necesidad de ruptura con la moral de una sociedad profundamente puritana como es la estadounidense, más allá de lo que suceda con la producción artística en tres o cuatro grandes y desarrollados centros urbanos. Los poemas de Olds indagan y descubren, lucen como ella misma los ve cuando dice: “Los poemas / pesados como presas de una caza furtiva colgando de mis manos”.
En Olds los vínculos amorosos lo siguen siendo en su complejidad, más allá de lo bueno, lo malo o lo inaceptable que les haya tocado transitar. Lo transgresivo le permite hablar sin culpa, y la materialidad que refiere y pone en escena le da el aire necesario para una poesía vibrante en el amor y en la herida.
Sharon Olds, La materia de este mundo, traducción de Inés Garland e Ignacio Di Tullio, Gog & Magog, 2016, 230 págs.
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