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Teatro puro y duro, puro teatro, teatro en estado puro son —con mínimas variantes— las primeras impresiones generadas por Todas las cosas del mundo, espectáculo inusual para los tiempos que corren, prueba vigente de que en épocas de teatros líquidos es posible recuperar la solidez, contundencia y especificidad del arte dramático. No creemos en las esencias y sin embargo algo se juega en el espectáculo dirigido con minuciosidad extrema por Rubén Szuchmacher que nos lleva a pensar que el teatro no es sino esto. Hay un texto preciosista —pluma de Diego Manso— que ha sabido entremezclar en idénticas proporciones cultismos e insultos, lengua poética y lengua popular al servicio de presentar a un conjunto variopinto de seres malogrados, feriantes de variedades humanas quienes, confinados en la inmensidad de la pampa argentina, buscan por medios non sanctos escaparle al rigor del destino. Hay un espacio escénico bellamente creado por Jorge Ferrari, que aporta desde su dimensión plástica la certeza de que la puesta de Szuchmacher sólo podía ser concebida y materializada desde la interdisciplinariedad artística. Y hay sobre todo un grupo de actores que destila oficio, dispuesto a desplegar sus saberes para crear mundos posibles. Si es cierto que el teatro es principalmente asunto de actuación, Todas las cosas del mundo apuesta y juega en esa liga. El registro actoral, en composiciones memorables como las de Ingrid Pelicori e Iván Moschner, parece extrañado, lo que genera máxima atención por parte del espectador. En verdad, lo que captura y sorprende es la conquista de una presencia escénica rotunda, propia de quienes saben dominar todos los aspectos de la práctica que ejercen. Gestualidad, desplazamientos, proyección de la voz, dicción (esencial para la comunicabilidad de un texto de las características del de Manso) convergen en el espacio de la ficción para crear —gracias a los buenos oficios de un elenco en el que se destacan los afinadísimos trabajos de Horacio Acosta y Paloma Contreras— desde paseos en sulky bajo la lluvia hasta entierros de niños jirafa y encierros de niñas foca. Todas las cosas del mundo es finalmente un proyecto artístico que incluye su propio programa de legitimación: por un teatro que se sustente en la repetición de varias funciones semanales (una rareza para el circuito independiente), por la recuperación de la palabra poética emitida en escena, por la reivindicación de las ficciones, en tiempos teatrales en los cuales el exceso de autorreferencialidad descolorida y el personalismo banal amenazan con frivolizar la práctica que nos convoca.
Todas las cosas del mundo, de Diego Manso, dirección de Rubén Szuchmacher, Teatro Payró, Buenos Aires.
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