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Muy especialmente la primera hora de 45 años, además de justificar argumentalmente la idea de que hay algo fantasmal abatiéndose sobre el hogar de los protagonistas, es la que establece la gran diferencia con sus pares del género “crisis de pareja”. Se supone que se está filmando un punto de quiebre, la pérdida de la confianza, el acceso a un nivel de intimidad que ha permanecido velado, pero la película se reclina tanto sobre la idea de la “ausencia” que la construcción de los personajes es benévola y sutilmente perversa al mismo tiempo. Y en ese plano destaca Geoff (Tom Courtenay, impresionante), un hombre con peso cronológico en las espaldas, que revela sus debilidades como si se las estuvieran arrancando y que, como gesto de amor, se evade y esconde entre muecas y movimientos apenas perceptibles. De la mano de Geoff y a través de las esquirlas de esa vida que no pudo vivir, Kate (Charlotte Rampling) se va convirtiendo en presa de las creencias, las sospechas, las supersticiones de un pasado anclado en un silencio espeso que, un buen día —el menos pensado—, comienza a hablarle con el idioma de las cosas quietas. A caballo del melodrama pero marchando firme hacia algo que parece el horror más abstracto, 45 años se anima de a poco a ser una quieta expedición conyugal a los lugares más oscuros de esa alma en común que a veces el tiempo construye de espaldas a la realidad. Y, si se nos permitiera el juego de palabras, sería justo decir que se trata de una película tan deliberadamente pequeña como lo profundo, insondable de su drama la obliga a ser. El centro de esta historia son dos mujeres —una presente en casi todos los planos; la otra, fugazmente entrevista en una escena perturbadora— y desde ellas va creciendo, con paciencia pero sin tregua, hasta alcanzar la intensidad de una furia que amenaza quedarse con todo, a base de vuelcos internos en las miradas, tensiones latentes entre lo que se ve y lo que se oye. El director Andrew Haigh no molesta a sus personajes ni les toca el hombro. Con la cantidad justa de planos, inunda las imágenes de luz o las seca al punto de volverlas hazañas de inmovilidad, como ese pase de diapositivas que pliega el tiempo sobre sí mismo y lo coloca, como si de una criatura viva se tratara, entre sus dos heridos, desconcertados protagonistas.
45 años (Reino Unido, 2015), guión de David Constantine y Andrew Haigh, dirección de Andrew Haigh, 93 minutos.
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