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Como si construyéramos una maqueta dentro de una caja de zapatos a la que luego le quitamos uno de los lados, la exposición La orilla del hielo de Verónica Gómez en la galería Gachi Prieto combina el registro íntimo de los gabinetes de curiosidades con la perspectiva generosa de una pequeña sala construida “a la italiana”.
La galería, con sus paredes ascéticamente blancas y su fachada vidriada —que la uniforman con la arquitectura comercial que domina esa zona de la ciudad, copada desde hace algunos años por tiendas de outlet y convertida más recientemente en un nuevo circuito de galerías de arte contemporáneo—, se transformó en una escena cuidadosamente montada por la artista, que se percibe a la distancia y se recorta con claridad en el continuum de escenografías comerciales que domina la cuadra.
El juego de cercanías y distancias, de intimidad y extroversión, se vuelve más paradojal cuando ingresamos a la sala. Allí dejamos de percibirnos dentro de una vidriera —donde todo es frontalidad y exposición—, para dejarnos captar por la sugestión del espacio interior. Podríamos imaginar también esas tres paredes donde transcurre la muestra como soportes de un gran retablo que se pliega y se despliega, cuyas reliquias se ofrecen temporalmente a la mirada del espectador entendido.
La exposición de Verónica Gómez es una muestra de gabinete que se enlaza con la tradición del coleccionismo preciosista, extravagante y cultor de rarezas. Y las referencias a estas tipologías que se extendieron durante el manierismo aparecen de inmediato: desde el empapelado que simula la sofisticación de las paredes enteladas que solían revestir estos espacios suntuosos, los enmarcados con varillas labradas con toques clásicos, hasta el atril donde descansa un bello libro editado al cuidado de la artista con detalles de bibliófilo exquisito, junto con una serie de dibujos enmarcados como dípticos y sujetos por una bisagra que a su vez funcionan como relicarios aggiornados, y que de igual forma cumplen con su función de ocultar y develar, resguardar y exhibir los tesoros reunidos.
Si el display de la muestra se presenta de este modo, no se debe a un simple capricho manierista de la artista, sino que obedece al tenor de aquello que exhibe: una colección de dibujos de pequeño formato producidos durante los últimos años y reunidos en Letargia (2016), un libro de artista que combina la sutileza del trazo gráfico de Verónica con textos de Julián López, financiado gracias al apoyo de la Beca Pollock-Krasner Foundation.
Si la letargia es el estado entre la vigilia y el sonambulismo, esta serie de retratos que toman prestada la definición de la psiquiatría patologizante ofrece una galería de rostros femeninos en situación de trance y mutación. La secuencia de criaturas retratadas parece coincidir con el gusto exótico de aquel coleccionismo pretérito que se alojó en las recámaras palaciegas. Seres en estado alienado dan cuerpo a este nuevo bestiario: las hay con cuernos, en proceso de transformación vegetal, fosilizadas, mutiladas, con vello en el rostro, junto con otras de registro más naturalista. Pero la mayoría de ellas poseen un rasgo que las hermana: como la Medusa, su mirada está extraviada y su cabeza flota desgarrada del cuerpo.
Verónica Gómez, La orilla del hielo, curaduría de Eduardo Stupía, Galería Gachi Prieto, 13 de septiembre – 14 de octubre de 2016.
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