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En Carmen de Patagones la soledad abunda, aunque la intención de amar también. Entre el océano Atlántico y la estepa patagónica, esa última ciudad de la provincia de Buenos Aires, su paisaje, se convierten en escenario, austero y minimalista, de la carencia. Allí parece que nada puede prosperar, ni el trabajo, ni el talento, ni la pasión, ni la justicia; y sin embargo, la desesperanza no cunde. Entre canciones, porros y disquisiciones sobre la vida, los personajes de El amor es un bien se las rebuscan, aunque en el intento se topen constantemente con la imposibilidad, la propia y la ajena.
Basada en Tío Vania de Chéjov, esta obra de Francisco Lumerman reescribe el drama ruso del siglo XIX y lo convierte en una puesta lúcidamente actual. Del original mantiene algunos conflictos nodales, los silencios y cierto aburrimiento del ambiente rural, pero su versión es claramente moderna, no sólo por las problemáticas planteadas, las referencias al pasado reciente, la escenografía despojada o las actuaciones de registro contenido, sino también porque sus protagonistas traducen la mismísima experiencia de la modernidad, al menos si la entendemos en los términos de Marshall Berman: una alianza en la desunión que nos impulsa en una vorágine de desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia, donde “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Sonia y su tío Iván manejan un hostel en la latitud sureña con un médico en plena crisis vocacional y económica como único huésped. En su tiempo libre, que es prácticamente todo el día, se dedican a la música y a proyectar un emprendimiento de dulces caseros. Sin embargo, mientras practican su repertorio para una fiesta local y la fruta ya comprada se pudre, el papá de Sonia se instala y ocupa la casa, junto con su joven pareja (y cientos de moscas), para desestabilizar la pequeña realidad con una propuesta: vender la propiedad. El título de la pieza teatral, así, evidencia el cinismo y el interés económico que se esconde detrás del lazo paterno, aunque también traduce la disolución de estructuras fijas desde las cuales proyectarse. La confusión funciona como paradigma y la barrera entre lo material y lo emocional queda disuelta.
El amor en la obra, además, constituye un bien escaso y sobre todo escurridizo. Su valor (¿de mercado?) radica en lo impropio y se asienta desde un inicio en la inasibilidad: tanto Sonia como su tío y la novia de su padre se enamoran del único que se declara un impedido. “Yo no sé lo que es sentir amor”, dice el médico, quien asume que ni siquiera tiene fuerza ni voluntad para besar a la mujer que le gusta. En este tráfico truncado del deseo, donde todos buscan sentimiento donde no hay, el cariño de dos soledades congregadas se resiste al vacío y se transforma en salvación. El afecto entre Iván y su sobrina se convierte, entonces, en la última morada segura.
El amor es un bien, dramaturgia y dirección de Francisco Lumerman, Moscú Teatro, Buenos Aires.
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