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Novela de tesis, La suma de los ceros ofrece a la imaginación una población latinoamericana llamada Villas miserias para plasmar una mirada crítica del sistema sociopolítico neoliberal que gobierna nuestra región, con algunas interrupciones, desde hace décadas. No excluye algún ataque al progresismo bienintencionado (de perfil académico) que se dedica a la misma crítica con escasos resultados palpables. De pulso narrativo algo errático, la novela construye su mundo a partir de un conjunto de personajes que funcionan como sinécdoques de sujetos sociales conocidos: el empresario que lo domina todo desde una posición relativamente velada; el cientista social, acomodado y absorbido por el sistema, que obtiene leyes útiles para la manipulación de la población; el muchacho excluido devenido narcotraficante poderoso, cuya labor es defendida por las autoridades en pos de la prevención del conflicto social; el tosco líder policial/militar necesario para los mismos fines; la joven de origen campesino a quien sólo su excepcional belleza permite escapar de una vida inevitablemente ruin; el artista incorruptible, única voz verdaderamente excéntrica capaz de generar experiencias otras de lo social; y un protagonista, recibido en ciencias políticas (acaso alter ego de Rabasa, quien estudió la misma carrera en la UNAM), que enfrenta este mundo y se pregunta por las posibilidades de cambio. Una característica salta a la vista enseguida: se trata de una “fantasía política” (en palabras de Juan Villoro) que carece de políticos. Aun cuando el conflicto central en torno del cual se articula su trama son las elecciones en las que se elegirá al nuevo gobernante, no hay ninguna figura relevante que, como sí lo hacen las anteriores, funcione como sinécdoque de la clase política. Esa es la clave como la presenta Rabasa: nuestros gobernantes y candidatos a tal cosa son meros figurines necesarios para prolongar el “quietismo en movimiento”.
En este marco, dos son los centros de gravedad que rigen el esfuerzo constructivo de la novela. En primer lugar, la figuración de experiencias artísticas enigmáticas y críticas, incorrectas y salvajes, a cargo del artista intachable e inasimilable (complementadas con fábulas políticas en clave de relato infantil a cargo del protagonista o su padre). En segundo lugar, y acaso donde se encuentra la mayor virtud de Rabasa, la explicitación brutal de las pautas de funcionamiento siempre mal disimuladas de nuestras comunidades: el individualismo, el conformismo, el escaso interés por la cosa pública, el mantenimiento de la situación sobre la base de un esquema aspiracional que justifica en el logro de unos pocos el sufrimiento de muchos. Y es que el mayor goce que se observa a lo largo de La suma de los ceros es el que se asienta en decir lo que se supone horrible pero real. Frente a una izquierda hipócrita o ingenua que no atina a ver en el criticable comportamiento de la mayoría de la población otra cosa que el efecto de una manipulación por parte de los poderosos, se construye aquí una voz de la derecha, en las figuras del empresario y el cientista social, que dice las “verdades” que rigen el todo social, aunque tantos escapen de verlas. El procedimiento no puede evitar abrirse a la polémica: no hay dudas de que la prosa de Rabasa deja en claro que esos personajes son infames, pero aun así los necesita para poner en discurso los que considera verdaderos problemas de nuestras comunidades. ¿Hay otro camino? La suma de los ceros no ofrece un panorama optimista.
Eduardo Rabasa, La suma de los ceros, Godot, 2016, 332 págs.
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