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Las obras de Marcia Schvartz funcionan como una montaña rusa que nos pasea por los sentimientos de una nación y los de la intimidad y, sobre todo, nos sume en la tensión que surge del contacto de ambas esferas que hacen a lo común. Imágenes de este porvenir son las que encontramos en Ojo, su exposición más reciente, curada por Roberto Amigo y Gustavo Marrone en la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat. Más allá del confuso diseño espacial y la abrumadora cantidad de obras exhibidas en los dos pisos del edificio, la muestra nos permite hacer un recorrido por la producción reciente de la artista y también por algunas pinturas iniciales que constituyen claves de lectura para comprender su presencia en el arte argentino.
Los restos de políticos/as, figuras del medio artístico ridiculizadas, personajes que aún ostentan sus marcas contraculturales y arrabaleras, mujeres desnudas, militantes juveniles y trabajadores/as son representados (y teatralizados) por la artista a través de un ojo que registra, a la vez, los residuos de lo excesivamente visible ―las manos zombis de Perón― y lo marginal ―su amiga tanguera, desnuda, la Gardelita―. Es por su profundo anacronismo, su academicismo activista, por lo que las imágenes de Marcia Schvartz resultan revulsivas, nos presentan un síntoma que sobreviene y hace tambalear los oficialismos estéticos y políticos del arte contemporáneo. De esta manera la apuesta artística por el montaje, mejor dicho, el cirujeo todo terreno, como diría Walter Benjamin, adquiere una capacidad anárquica frente a la aceleración del tiempo y el puro presente enceguecedor; su fuerza arrastra todo al paisaje de las ruinas y la perversión de la parodia.
Si bien gran parte de estas pinturas no se desentienden del realismo que, como sabemos, se articuló en los códigos representacionales de lo “masculino” y la idealización aristocrática de la pobreza, en la artista encontramos un programa minoritario ―lúcida idea de Inés Katzenstein para pensar a un artista de otro pueblo― que se inició entre el exilio en España y la transición democrática y que, como toda historia de vida, es sostenido con vehemencia hasta la actualidad. En este sentido, antologizar el pasado con el presente es una propuesta curatorial reconfortante, ya que permite emparentar las obras en un mismo mapa de límites torcidos, esquizoides y camp, con personajes de nuestra soberanía nacional, la basura (con especial énfasis por el archivo gráfico: un tic del collage modernista y una aversión kirchnerista por los multimedios) y los nadies que, en su caso, siempre han tenido nombre y origen sin ser el botín de los triunfadores, como por ejemplo: Mate con galletas, Fanzineroso, Ella es la reina del rock & roll, Circuitería cerebral, Tremebunda, Nelba y Constitución.
Las pinturas expuestas y otras memorables de los años ochenta que dan cuenta de formas de vida alternativas, como El maestro Gumier Maier y su obra macetón (1983), Retrato de Klaudia (1989) y Batato (1989), invitan a relativizar las polaridades ocurridas años después en torno al “arte rosa light” y el “arte comprometido”. Sin quitarle visceralidad al tema, es posible aligerar el lugar de enunciación que eligieron algunos artistas y pensar aquellas líneas de intensidad que se continuaron, quizás, con otro ritmo. Si la historia del arte no estuviese dividida en décadas y movimientos lineales sino trazada por una genealogía del montaje, el pastiche, el ensamblaje, la superposición y la tensa asociación de fragmentos incongruentes del mundo material (¿una modernidad distinta?), Marcia y otros artistas ―como Antonio Berni, Alberto Heredia, Liliana Maresca, Marcelo Pombo, Omar Schiliro y Fernanda Laguna― integrarían una misma comunidad de recolectores.
Marcia Schvartz, Ojo, curaduría de Roberto Amigo y Gustavo Marrone, Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, Buenos Aires, 20 de octubre – 22 de enero de 2017.
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