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En la mitología tanguera, el amor es “golondrina de un solo verano”; quien lo gozó, no vivirá más que para recordarlo. Ada Falcón tuvo esa suerte, pero —ay, fatalidad— se enamoró de un hombre casado. Canaro le prometió una y mil veces que dejaría a su mujer y Ada, amante fiel, esperó. Un día —la noche mil dos, según la leyenda—, cansada de cuentos y dilapidando en un instante años de carrera, tomó una decisión: se encerró en un convento anclado en una ciudad-desafío, Salsipuedes, y tras colgar en su puerta un cartel que decía “No pasar”, como hiciera Kane en la entrada de su castillo, desapareció hasta que en Yo no sé qué me han hecho tus ojos (2003) Sergio Wolf y Lorena Muñoz la rescataron del olvido público sólo para encontrar otro, el de ella misma, quien a los noventa y dos años no recordaba cuál había sido su único amor.
“Creíamos que se cerraba la historia. Pero las historias no se cierran cuando queremos”, dice Wolf en Viviré con tu recuerdo, secuela de aquel film sobre el que pendía una maldición, pues Ada había jurado no volver a referirse a Canaro y al traicionar su palabra —nos enteramos ahora—, al hablar con Wolf y Muñoz, labró un prodigio: enmudeció una secuencia, “un momento único en el que me contó sobre su decisión dramática, algo sobre Canaro que no volvió a mencionar”. El audio se perdió para siempre y hubo que entrevistarla de nuevo, pero como gusta mentar al tango, ya nada será igual y en lo que vino luego, en la secuencia realizada dos años después, no habría relato valedero sino pálidas sombras de amor perdido.
En Yo no sé qué me han hecho tus ojos Wolf fue tras Ada y desencalló uno de los galeones hundidos de nuestra argentinidad, el tango. En Viviré con tu recuerdo, en la cual se propone “reconstruir una mitología más que una vida”, Wolf intenta descifrar su figura a fuerza de pesquisas y talismanes, en este caso, guiando unas y encontrando otros a la zaga de aquel audio perdido. Menos como el detective que encarnara en Yo no sé… que como psicoanalista en busca de la escena primaria, Wolf repasa negativos de la filmación silente, recurre a libros, hace llamados desesperados, conversa con colegas y hasta se vale de una especialista en lectura de labios para hacer hablar a esa imagen muda.
Tras advertirle que “por ahí recuperar eso que dijo no es interesante, es un peligro”, Edgardo Cozarinsky le sugiere usar la voz de Ada —de otra escena— de modo asincrónico y jugar en primer plano con la imagen y en segundo con la voz, como Duras en India Song. “Esa falta de sonido directo te puede conducir a un resultado diez veces mejor”, le recomienda, no sin probar desanimarlo ante una búsqueda que ve infructuosa: “Nunca vamos a saber la verdad de nadie. Ni la de Ada ni la de ninguna persona. Vivís treinta años con una mujer y… ¿la conocés realmente?”. Wolf, como aquel que amó y descubrió que la vida tiene sentido no más que bajo una sola órbita, como buen tanguero que es, primero se reconoce perdedor —“iríamos contra el mito de Ada al ir a buscar la verdad”, asegura— y luego insiste; va tras esa verdad perdida y el film deriva en un derrotero de imágenes mudas y vagas hipótesis sobre lo que Ada pudo haber dicho.
Al igual que Orson Wells (“I don´t think any word can explain a man´s life”), Wolf termina por reconocer su fracaso: “La voz de Ada. De ella. De nadie”, culmina. No hay palabra que recuperar. La verdad de una vida está menos en un puñado de frases sueltas dichas ayer que en el relato que nos hacemos de ella, ese que, lo sepamos o no, nos modela día a día.
Viviré con tu recuerdo (Argentina, 2016), guión y dirección de Sergio Wolf, 62 minutos.
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