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Contradanza

Blanca Lema

LITERATURA ARGENTINA

Contradanza, la reciente novela de Blanca Lema, es un libro infrecuente y original; y aunque esa impresión es producto de la lectura integral del relato, algo de su excepcionalidad hace pie y se despliega en el argumento y en el grupo de personajes que le dan vida, y otro tanto puede rastrearse en el mundo imaginario en el que todo sucede.

Modulada en el cruce de algunos términos coloquiales, los españolismos del “gitanillo” José, un lirismo que acentúa aquello que la hace tan peculiar —“Se me ocurrió decirle algo así como: ‘dos alas negras en mis pestañas golpean con fuerza lo que no veo’”— y ciertas dosis de un existencialismo entreverado de filosofía oriental, Contradanza se mueve desde una reflexión marcada por la melancolía —“¿Cómo voy a morirme hoy, si todavía tengo medio frasco de shampoo en la bañadera?”— hacia un espacio —¿una playa?, ¿el mar?— que asoma, “en pétalos”, como una suerte de salvación.

Subrayando el vínculo con la danza desde múltiples menciones o alusiones —cada capítulo lleva por título una posición o figura del repertorio de la danza clásica y Pirina, la narradora y protagonista, es profesora de butoh—, la acción del relato va desarrollándose como una especie de huida. Más intuitivos que conocedores de lo que pasa —¿a dónde van los que desaparecen, si no hay cárceles?— y como una compañía que desatiende las lecciones de un maestro tradicional, los personajes encarnan sus propios movimientos —autónomos pero en comunidad— escapándole al mundo en el que les toca vivir a través de unos “agujeros”. Reales, imaginarios, hechos en el suelo o en la pared y casi siempre cargados de un fuerte simbolismo, esos agujeros son las vías de salida por las que la mismísima Pirina y una troupe de outsiders en los que también late una marca de extraterritorialidad propia y singularísima —Gertrudis, Caco, Valentina y Yukio, un extraño “hombre animé” que “hace cosas raras igual que yo”— huyen de un mundo de semiautómatas formateados por la realidad; una realidad que encarna en esos “inspectores hurones” custodios de lo normal, que aturde a los niños con medicamentos desde muy pequeños y que castiga a todas las personas con la felicidad.

Sumida en un ambiente burocrático en su fase de mayor acercamiento al medio social, cuando Pirina, en los tribunales, es sutilmente forzada a encajar; o recostada sobre lo absurdo cuando parece no haber otra opción más que abrir a los golpes una ventana “ameba” al lado de la original —ciertos trazos del capítulo del tablón y los clavos de Rayuela podrían encontrar aquí una descendencia familiar—; pero, sobre todo, trabajada sobre y con el poder alusivo de lo metafórico como rasgo dominante de su hechura y como poderoso motor de su excepcionalidad, Contradanza pone en cuestión conductas, idiosincrasias, estados de la mente y del cuerpo de aquel “futuro mundo presente” en el que transcurre y, como quien no quiere la cosa, porfía también contra este que nos resulta tan familiar.

 

Blanca Lema, Contradanza, Paradiso, 2016, 268 págs.

 

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