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En la iconocracia sobre la que se detiene Marie-José Mondzain, el pánico de la era de los simulacros cede ante la fascinación mórbida provocada por las imitaciones y las performances mortales. En el “ayuno” de imágenes decretado a causa del 11-S (ningún muerto en las pantallas) nacen las preguntas urgentes en relación con el poder agitador del show de las visibilidades: ¿qué “hace hacer” una imagen? ¿En qué radica su fuerza? Entre los pensadores del clasicismo cristiano —que lidiaron con el contexto en el que la imagen pasa de prohibida a celebrada— y la teratología posmoderna del espectáculo, estudiada (entre muchos otros) por Dean Lockwood y Jean Baudrillard, se abre un paréntesis de inesperada naturaleza con respecto a la “legitimidad”. Cómo el reinado de las pantallas ha cambiado el sentido de las imágenes —la tendencia a la supresión de las diferencias semánticas entre ellas y la profunda alteración del vínculo mímesis/ficción ya estaba presente en Cultura y simulacro (1978) y La transparencia del mal (1991), de Baudrillard— no resulta hoy, para Mondzain, una cuestión tan relevante como aquella que interroga a la comunidad en relación con sus pasiones y los modos de ceder o resistir ante ellas. Si lo real está asediado desde hace tiempo por el miedo y el espanto del delirio fragmentario, el regreso a Kracauer que propone Mondzain promediando el libro tiene más que ver con una tensión sentimental que “pesa” de otra manera sobre una realidad ahuecada que con la condición saqueada o degradada de la posible relación constructiva del hombre con su entorno social. Ya no se trata de interferir el discurso político para manipularlo, sino de confundir al individuo en un todo más real que las partes que lo componen, precisamente para que la política pueda penetrar el imaginario cultural de una manera más “cinematográfica”. Kracauer fue de Caligari a Hitler, y Mondzain va de ahí a YouTube para analizar la era en la que el terrorismo más criminal y abyecto se ampara en el espacio mediático de la red y en las formas narrativas institucionalizadas por Hollywood. “Lo que se pega a los ojos no se ve”, dice Mondzain, a quien hay que agradecerle el haber tomado distancia tanto del nihilismo levemente cínico de Žižek como de la higiene helada del entusiasmo geek, los dos extremos desde los que suele criticarse o ensalzarse el cambio de escenario mediático, porque, ahora, interrogar una imagen violenta o las maneras en que esta puede llegar a transformar la relación del espectador con la propia realidad no puede limitarse a la simple pregunta sobre los efectos de esa práctica. En una época de ejecuciones sumarias viralizadas como cruentos shows de una pedagogía insana, y de carnicerías medievales enjauladas vendidas como “deportes de contacto”, interrumpir el zapping y quedarse frente a la imagen es una elección política y moral, una manera de afirmarse en ese insomnio privado e infinito en el que parece haberse convertido la demanda permanente de espectáculos.
Marie-José Mondzain, ¿Pueden matar las imágenes? El imperio de lo visible y la educación de la mirada después del 11-S, traducción de Maya González Roux, Capital Intelectual, 2016, 128 págs.
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