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A la famosa y muy debatida consigna de Osvaldo Lamborghini —“primero publicar, después escribir”—, Enrique Vila-Matas le agrega un drástico paso previo en su más reciente novela. Mac, el protagonista, es un abogado en el paro que quiere comenzar a escribir siguiendo un método particular. A Mac le interesan los libros póstumos e inacabados, por lo que decide falsificar uno a partir de otra novela publicada hace tiempo por su vecino, el escritor Ander Sánchez. Para Mac la cosa es así: primero morir, luego publicar y después escribir.
Ya cerca de la edad de jubilación, Mac no es un principiante ingenuo sino un lector intenso que hasta ahora no había tenido tiempo para escribir. Tiene dos certezas: una, que sólo escribiendo se descubre lo que se quiere decir; y dos, que escribir no tiene nada que ver con considerarse un escritor. Así, comienza un diario —que es lo que leemos— en el que se ejercita y se desahoga, como Mario Levrero en sus últimos libros, y al que poco a poco va convirtiendo en el laboratorio donde ensaya su artefacto literario deseado.
La novela transcurre en una parte del Ensanche barcelonés, con la plaza Francesc Macià y la avenida Diagonal como centros neurálgicos, y durante un verano caluroso en extremo. Estos datos contextuales no son arbitrarios ni tienen una finalidad pintoresca, sino que van tomando fuerza crítica bajo la trama principal. De una forma velada, Vila-Matas se permite comentar sobre la gentrificación, la crisis económica y el incremento de mendigos en Barcelona. Los paseos por el barrio —al que los vecinos llaman el Coyote en honor al personaje creado por José Mallorquí, antiguo habitante de la zona— son para Mac fuente de anécdotas y una forma de enlazar, no siempre para bien, realidad y ficción.
La novela que Mac quiere modificar es Walter y su contratiempo, que su vecino Ander Sánchez escribió hace varias décadas y que todos han olvidado. A Mac, como a Vila-Matas, le atrae el tema de la repetición en literatura. Esta novela ficcional de Sánchez, de hecho, es una versión de Una casa para siempre, que Vila-Matas publicó en 1988. El procedimiento de Mac —comentar y luego reescribir la novela en el mismo diario— podría verse también como una autocrítica si no fuera porque Una casa para siempre carece de los “momentos mareantes” (prosa etílica) de Walter y su contratiempo. Si ambos libros fueran iguales, por otro lado, se volvería redundante y tediosa nuestra lectura. No hace falta volver a la novela referenciada porque, como dice Mac valiéndose de una idea de Kierkegaard, esta es una repetición que avanza recordando y no un recuerdo que se repite retrocediendo.
En casi dos meses, Mac se vuelve escritor, es decir, deja de escribir. Después de comentar la novela de Sánchez, emerge su yo literario y anota los cambios que haría, y finalmente se transforma en su propio personaje, convirtiendo su diario en crónica de viaje. Aunque ambiguo en su ejecución, el final de la novela fusiona los varios niveles de ficción y realidad que se venían manejando. Mac parte hacia Oriente en busca de los orígenes orales de la literatura, donde una persona contiene todos los relatos. Es un regreso a sí mismo, a una voz personal, a “la sustancia pura de uno mismo que es una impresión pasada”, el fantasma de lo familiar que es la percepción de que la realidad la hemos escrito nosotros. Por eso no sorprende que la novela termine como empieza, con un recuerdo. Mac y su contratiempo termina siendo, como quería su protagonista, una obra de arte última e interrumpida. Vila-Matas ha escrito una de sus novelas más trascendentes y llenas de gracia.
Enrique Vila-Matas, Mac y su contratiempo, Seix Barral, 2017, 303 págs.
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