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Tabú

Miguel Gomes

CINE y TV

Hay tres tabúes –además del de Murnau– en la nueva película de Miguel Gomes. El primero es el monte Tabú, nombrado a menudo pero escamoteado, siempre fuera de cuadro, landmark dudoso de una colonia portuguesa en África, a cuyo pie arrecian las fuerzas de un melodrama de vida loca, adulterio y colonialismo. El segundo, que suena anacrónico pero Gomes resucita con una fe bastante perturbadora, es el que transgrede la pareja protagónica del film –Aurora, que espera un hijo de su marido, se fuga con Ventura, una mezcla estilizada de Isidoro Cañones y Valentino– y el que la empuja al crimen y la perdición –la pareja mata para no ser delatada pero se separa para siempre–, pero también el que mantiene a los amantes ligados a la distancia, en la añoranza y la culpa, hasta la muerte. El tercero, tan invisible como el monte pero por razones conceptuales –habría que decir operacionales–, es el tabú singular que pesa sobre la voz de los personajes de buena parte del film (y sobre nosotros, espectadores): no los escuchamos. Hablan (porque los vemos mover los labios), pero cuando hablan individualmente son inaudibles, siempre, por ley (sólo los escuchamos en grupo, cuando cantan, gritan o hacen ruido).

De los tres, sin duda el que llama más la atención es el tercero, porque es inexplicable y caprichoso; en otras palabras, porque es formal. Pero en él, en esa política discriminatoria de quita de sonido, que borra las voces pero deja los pasos, o el goteo de la lluvia, o el clic cristalino que hace una piedra al caer en el agua, reencuadrando a la vez el cine mudo y nuestra percepción general del cine, se funda sin embargo la generosidad extraordinaria del film, que revitaliza el poder del relato como pocos en el cine contemporáneo. Sostenida en una estructura relativamente simple (un prólogo alegórico –cine dentro del cine–, una historia de soledad y agonía situada en el presente y un flashback demencial, de época –los años sesenta en una seudo Mozambique a punto de emanciparse–, timoneado por la voz en off más lírica y persuasiva que el cine haya dado desde las Historias extraordinarias de Mariano Llinás, que reconstruye la génesis trágica de ese presente y termina ocupándolo por completo, como un parásito voraz a su huésped), Tabú se da todos los gustos y cede a todas las sirenas. Va y viene en el tiempo y el espacio, encastra relatos dentro de relatos, es exótica y social, acongojada y regocijante, irónica y cándida. Flirtea con el documental, el informe etnográfico, el ensayo histórico, el musical. Es un folletín y un film político, una fábula romántica y un alegato anticolonial extravagante.

No es un film ecléctico (Gomes es lo contrario de un virtuoso: para corroborarlo basta poner Tabú al lado de su segunda película, Aquel querido mes de agosto, y ambas al lado de cualquier ficción de César Aira, con el que comparte la manía de la digresión y el culto de los procedimientos): es un film libre. Pero su libertad, como la libertad narrativa de la voz en off en el flashback, que sólo existe gracias al silencio despótico impuesto a los personajes, no es sino el efecto de una fidelidad radical: la fidelidad a la forma.

 

Tabú (Portugal, 2012), guion de Miguel Gomes y Mariana Ricardo, dirección de Miguel Gomes, 118 minutos.

 

23 May, 2013
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