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Ghost in the Shell es un cómic japonés (manga), creado por Masamune Shirow, que se popularizó (por decirlo de alguna manera) luego de su adaptación al cine de animación (animé), de la mano de Mamoru Oshii. La película fue tan exitosa que derivó en una serie (también de animación) y, luego, en varias películas sucesivas. La esencia del personaje y de la historia (de fuerte raigambre ciberpunk) no sufrió serias tergiversaciones. La mayor Motoko Kusanagi forma parte de una suerte de departamento policial paralelo al oficial, especializado en delitos informáticos. Motoko Kusanagi es un cíborg experimental, tan eficaz como impredecible. Una máquina de combate perfecta que, sin embargo, ha desarrollado sentimientos propios, lo que la vuelve un ser complejo y extraño, mitad máquina, mitad humano, aunque todo el asunto, en realidad, es más enrevesado, porque Ghost in the Shell está más cerca de un drama existencialista que de un cliché de ciencia ficción. Detrás de la idea de que el ghost (fantasma) es el alma y el caparazón (shell) el cuerpo, hay un dualismo sobre el ser que se remonta a Platón. Lo original de Ghost in the Shell es la idea de que, en rigor, el cuerpo no necesariamente debe ser humano para contener un alma. Se supone que así es como naturalmente debe ser, pero bien podría suceder que la ciencia desarrolle un cuerpo artificial, capaz de contener un alma o, incluso, que un cuerpo artificial sea capaz de convocar un alma por sí mismo. Otra posibilidad, que Ghost in the Shell plantea a través del personaje llamado Puppet Master, es que quizás sea posible vivir sin cuerpo, fusionarse en un espacio virtual, colectivo.
A veintiocho años de distancia del original, finalmente llega a la pantalla grande una nueva versión, esta vez, con actores de carne y hueso. La película cuenta con dirección de Rupert Sanders y tiene a la dúctil Scarlett Johansson como protagonista absoluta. Aunque los discursos sobre realidad virtual e inteligencia artificial hoy pueden haber quedado algo anacrónicos, su vigencia es evidente, toda vez que los mundos imaginados por la ciencia ficción se asemejan cada vez más a la realidad: desde los sorprendentes avances en medicina que permiten especular con un trasplante de cabeza, hasta el papel fundamental que juegan las empresas privadas y los grandes monopolios en el desarrollo de la tecnología. En ese sentido, Ghost in the Shell habilita el placer de la sobreestimulación visual como pocas películas han logrado jamás. El hipervínculo con Blade Runner es obligatorio, muy especialmente por el retrato de ese Japón retrofuturista, hipertecnificado, por lo que resulta una experiencia verdaderamente estimulante ver la película en 3D, del mismo modo en que, en esta nueva versión, y a diferencia del clásico dirigido por Ridley Scott, el trasfondo filosófico de la historia aparece un tanto subrayado. Los límites y capacidades del cuerpo son, también, los límites de la identidad, según este posthumanismo a la orden del día.
Ghost in the Shell (EEUU, 2016), guión de Masamune Shirow, Jamie Moss, William Wheeler y Ehren Kruger, dirección de Rupert Sanders, 107 minutos.
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