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Las ficciones de Bruno Schulz son piezas repletas de bifurcaciones y desvíos. Más aún: espacios para el despliegue de aquellos acontecimientos que el tiempo no logra abarcar. Concretamente, son piezas en las que un niño (o no tanto) relata el tedio de un pequeño pueblo de provincia y las extravagantes andanzas de su padre para conjurarlo. Hay algo de exotismo en la mirada que ese niño posa sobre lo íntimo, que adquiere proporciones fastuosas. Sanatorio La Clepsidra (1937), segundo libro de Schulz, esboza una continuidad estilística respecto a su libro anterior y puede leerse como el precipitado de la convergencia de tres series.
La serie de las transformaciones: debido a este aspecto suelen compararlo con Kafka. Sin embargo, toda materia en Schulz es susceptible de transformación: lo humano en animal (Jakub se convierte en mosca, cucaracha, cangrejo o escorpión gigante), pero también lo humano en humano (el ingreso de Jakub al cuerpo de bomberos hay que verlo como una transformación más); a su vez, lo inanimado en animado (“El empapelado de las paredes en algunas partes imitaba los latidos de sus tics”) y lo animado en inanimado (“Se convertía en un padre plano por un instante, engarzado en la fachada, y sentía cómo sus brazos, cálidos y temblorosos se incrustaban en el estucado de la pared dorada)”. No se trata del pasaje repentino de un estado a otro, sino de un devenir subrepticio, que en la poética del autor toma el nombre de fermentación. A veces sobrevienen retrocesos, interrupciones. Hay algo de timidez impostada en la retórica de Schulz; timidez o desgano, como si aconteciera un repliegue abrupto, una disculpa por soñar tan alto. A esta serie pertenecen los relatos “Mi padre ingresa al cuerpo de bomberos”, “La temporada muerta”, “Sanatorio La Clepsidra”, “La última escapada de mi padre”.
Serie del clima. Si el tiempo como categoría del entendimiento está eximido del universo ficcional de Schulz, esto se debe a que toma el relevo como correlato climático. Las descripciones de las estaciones, los caprichos del clima, no son el decorado de la acción; en buena parte de los relatos, el clima adquiere un protagonismo tal que parece escandir el ritmo de la trama y dar coloratura a personajes y situaciones. En “La primavera”, “La noche de julio” o “El segundo otoño”, leemos el intento de dar cuenta de la “sintaxis de la primavera”, la “topografía exacta de la noche de julio” y un “esbozo de la estructura general del otoño.”
Serie de lo erótico. Desde la adoración de un zapato hasta el escudriñar furtivo de un muslo que sobresale de la sábana, los personajes de Schulz, rebosantes de una sensualidad que los excede y trunca toda consumación, parecen destinados a contemplar aquello que más desean (o a gozar de su observación): “Dormía en la sombra, con los muslos entreabiertos, entre espasmos inconscientes y abrazada por el sueño, con la cabeza ardiendo y echada hacia atrás, entregada con fanatismo a sus sueños. Dieron unos golpecitos en su ventana y entonaron cantos subidos de tono. Pero ella, con una sonrisa aletargada en sus labios, vagaba inerte y cataléptica por largos caminos lejanos, distante e inalcanzable”.
Schulz hace funcionar estas series mediante tres principios: la saturación de imágenes, la diseminación del sentido y la distancia irónica. Y aunque esto suena muy serio, la verdad es que no da cuenta de la felicidad de la lectura. Al leer a Schulz somos testigos de una holgura inusitada. Encandilados por el desparpajo, nos hemos vuelto un manojo inarticulado de melodías, y de paso, como quien no quiere la cosa, habitantes espabilados de la República de los Sueños.
Bruno Schulz, Sanatorio La Clepsidra, traducción de Enrique Mittelstaedt, Dobra Robota, 2017, 262 págs.
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