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El negro corazón del crimen es la historia de cómo se construye un héroe complejo, no binario, a veces difícil de justificar. Es la historia de un devenir. Específicamente, el devenir de un Rodolfo Walsh burgués, débil, egoísta y dubitativo en el Rodolfo Walsh que ya es parte de la mitología: el Walsh contundente, incisivo, de ideas claras y precisas. El Walsh militante. La historia de la novela es la de Operación masacre, la historia de cómo Walsh llegó a conocer los hechos, cómo empezó a ahondar en ellos, cómo los fue escribiendo, hasta tener un libro más o menos acabado.
Tal vez una de las cuestiones más interesantes que aparecen es la perspectiva de que Operación masacre haya sido la excusa para que Walsh abandonara un estilo de vida. La investigación no como una consecuencia, sino más bien como una causa. Como un escape de su rutina, como un estímulo permanente, lleno de adrenalina, de llevar la vida al límite. De conocer a otra mujer, de tener un affaire, de irse de su casa y de todo eso que ya había constituido. La investigación como un punto de quiebre que, de algún modo, le permite (lo obliga a) cambiar de identidad, ser otro. Un otro que le gusta más, que le parece más interesante. Un otro por el que está dispuesto a dejar todo: su casa, su familia; literalmente, su propia vida. “Puede que esta historia no me necesite, pero yo la necesito”, dice Figueras que dijo Walsh, y probablemente ahí radique el eje central de esas decisiones. O, como escribe en otro momento: “Si algo le agradecía a la historia de los fusilados era que le había dado permiso para cagarse en todas las obligaciones que lo excediesen. Lejos de preocuparlo, la idea de no saber qué sería de su vida en las próximas horas lo llenaba de excitación”.
Figueras elige afrontar con esta publicación una serie de riesgos. El primero, evidente, es que partir de un clásico de non fiction (particularmente este, con connotaciones que exceden el marco literario) para escribir una novela puede no ser la mejor manera de ganar amigos en el ambiente de la escritura (de ficción, periodística, lo que sea). El segundo, presentar a un Walsh desacralizado, que está muy lejos de la imagen del militante coherente y consecuente a la que ya estamos acostumbrados. El tercero, escribir esta historia en este momento (político, social, económico, ideológico), algo que dista mucho de ser una cuestión casual y que, evidentemente, implica sostener una posición (política, social, económica, ideológica). Una posición que tiene un costo.
El negro corazón del crimen se sitúa, entonces, como una parte sintomática del andamiaje de la literatura argentina actual. Es heredera y continuadora de una forma de pensar la ficción que elige mostrar las marcas de la historia, de la época. De mostrar que el mundo externo hace mella en la manera en que los escritores (Walsh, Figueras, tantos más) lo configuran en su propia obra. Una obra que propone incomodar, que pretende bastante más que hacer felices a los lectores.
Marcelo Figueras, El negro corazón del crimen, Alfaguara, 2017, 416 págs.
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