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“Algún culo va a echar sangre”, sinónimo de “Alguien tendrá que pagar las consecuencias”, es una frase corriente en Hispanoamérica. El compositor venezolano Alejandro Ghersi —de alias Arca, veintisiete años y domiciliado en Londres— se desafió a incorporar ese refranero homófobo, literal y metafóricamente, en su reciente clip “Reverie”. Efectivamente, mientras canta y baila, vemos que le sangra la cola. Arca desemboca aquí habiendo desplegado una serie de morphoides posthumanos (firmados por el artista japonés Jesse Kanda) para ilustrar en video su primer álbum Xen (2014), y tras un zoom anatómico de macro porno intenso (cito a Cerati) para su segundo largo Mutant. Esta vez Ghersi/Arca sustituye la abyección abstracta, anamórfica y háptica, que catapultó al dúo Arca-Kanda al MoMA, por una afectada sobreexposición. Este tercer disco homónimo, el que contiene “Reverie”, confirma a quien fuera productor de Kanye West y Björk como otro ícono pop (pensar en Elysia Crampton, sobre todo, pero también en Chino Amobi o Mykki Blanco) decidido a militar por una queerness que subvierta normativas, prefijadas tanto por lo hétero como por lo homo. Por eso, el sangrado de ano representa no sólo la alerta roja donde la virilidad paqui se resiente a traición (el terror a que te rompan el culo sin que te des cuenta, etcétera), sino también el punto ciego de la pornografía gay, que hasta podría tolerar el piggy touch de un resto intestinal, pero sangre… No, eso no. Si el pink washing es el último grito de la cooptación capitalista de la homosexualidad, el "red washing", más bien, empieza por casa.
Michel Leiris se habría identificado con el imaginario tauromáquico de “Reverie”, por aquello de arriesgarse a confesarlo todo en una autobiografía, así como un torero se enfrenta a la bestia. Pero aquí el precursor es otro, es el Marc Almond que en 1983 grabó Torment and Toreros con su banda The Mambas. Mientras esos ruegos S/M de Almond, como “Atormentame y te amaré más y más” o “Golpeame, mordeme, quemame”, se superponen hoy a los aún más desesperados de un Ghersi (“Ámame y átame y dególlame/ Búscame y penétrame y devórame”), el venezolano no abraza del mismo modo el pathos flamenco —entendido como ideal de intensidad loca, calor, Lorca, por el inglés— a la hora de hacer su numerito de flechado San Sebastián. Para aquél, la manía; para este, la depresión. “Y qué dolor”, como se le oye gimotear en español. Arca aprieta el botón de pause para dar paso al dúo duelo & melancolía, un delay saturnino que parece superado en el circuito pulsional que hoy vende la app Grindr. Aguafiestas. Si en su obra previa Arca definió una electrónica “trans” (más allá de todo género, genre o gender y opuesto al trance y la dinámica mainstream del EDM), aquí optó por desangrarse en un valle de Valium.
Hasta este tercer álbum, Arca cumplía con una voluntad épica a cada frase de teclado y beat marchoso. Pero una pulsión entrópica acababa por traicionarla. Él hablaba de su “decontrucción” del dance y/o del hip hop. Sus piezas tendían a la distorsión, al caos, a la asimetría, a lo inesperado, por más breves que fueran. Hay un antecedente, otro venezolano: Miguel Manuel de Pedro, conocido como Kid 606. Hace veinte años este se consagró al breakcore, una electrónica decidida a shockear precalentando con ambient para asaltar agresivamente, a la que Simon Reynolds diagnosticó de TDAH. Un trastorno de déficit de atención e hiperactividad que en Arca no hizo más que extremarse, a gusto de nativos digitales. En estas trece canciones de 2017, Ghersi se deja llevar por la pura languidez, una agonía extática (él dice “canto de cisne”) que no elude definiciones pop (Desafío). Frases como “amor de mis amores” o “los árboles mueren de pie” resuenan cual folclore paramnésico, ecos de una infancia cultivada en español (figura una cita directa a una tonada de Simón Díaz, en vivo Ghersi se anima al cuatro). Entonces pensamos en Lhasa de Sela enchufada a This Mortal Coil, o a Coil electrocutando a Rebekah del Río (su Llorando es pinchado por Arca como previa de los shows).
Pero volvamos a "Reverie", el video pop más trascendente, a punto de hito queer, en lo que va del año. En su juego con el cuerno de toro —ora dildo; ora prótesis—, el Ghersi del clip apuesta a la reversibilidad (toro y torero son víctimas y victimarios, siempre al borde de la muerte). Reversibilidad que se ratifica en cierto cine francés de hoy, en su fase más sutil, al engañar con las apariencias (cualquier hombre puede ser gay aunque no lo parezca es la moraleja de Rester vertical, o la opuesta —no todo hombre que parece gay lo es— en Frantz). Reversibilidad que se vuelve utópica enfrentada a la hipertaxonomización que impone la citada app de citas (¿activo o pasivo?, ¿dom o sum?, y demás binarismos). Una subversión queer que Arca explicita cuando en pleno recital ataca al público con ruido y estrobos, con el fin de enmarcar mejor una sesión de fistfucking en pantalla. Nos enfrenta a un ano de hambre bucal, a la paradoja de una de las categorías más inquietantes del lunfardo gay: el power bottom.
En el clip, ese estatus anfibio (queer, después de todo) se ratifica en su look de matador con patas de toro. Como una hipérbole del stiletto, esos zancos metálicos seudoortopédicos, inauguran una imagen de “mostra” donde lo glam se pasa de rosca mientras lo bizarro ya roza lo siniestro. Pero, sobre todo, lo camp se torna tragicómico (esa torpeza al caminar finalmente es triste). Por esos rumbos del “misfitness” va también cierto queer pop art uruguayo, ¿o no?: las uñas “transhumanas” de Emilio Bianchic, los ponchos-collage de Dani Umpi.
Lo mejor que sucedió en la esponsoreadísima World Pride Madrid 2017 fue la cristalización de una nueva frase para la militancia LGBT: “orgullo crítico”. Actualmente, Europa parece simular la mayor tolerancia hacia la comunidad gay (reducida sólo a un arquetipo: la “musculoca” con bronceado de turista). Acaso disimule así que no se la ofrece en igual medida a los inmigrantes sirios y africanos. Bien, en tal contexto, el narcisismo masoquista de Arca podrá cosechar todos los piropos de “¡Guapo!” que se oyen en sus conciertos, erigiéndolo al final, en términos de pop star, como un Maluma hipster. Pero cuando Ghersi, por un lado, propone su dolo contra la Heteronormatividad, y por otro, expone su dolor ante la Homonormatividad, encarna la cuota necesaria de “orgullo crítico” que exige la época. Su objetivo: devenir cada vez más “mostra” (torero/travesti: tacos, polainas y corsé, sí, pero bulto bien al frente), cumpliendo con el destino de lo queer. Es decir: no sólo representar lo inclasificable, sino también visibilizar lo que no se quiere ver.
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