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En el espacio escénico, un piano de cola. Una pianista toma asiento y comienza tocar, acompañada por una orquesta que fue filmada y es proyectada en una gran pantalla. La pianista, también actriz, se interrumpe y como si fuera una emanación casi inesperada de la performance musical empieza la teatral. La acción dramática es mínima: la pianista atraviesa una suave crisis vital que la lleva a cuestionarse su vocación musical, la complexión de su memoria, las decisiones y omisiones —meditadas o inconscientes— que fueron hilando su destino. Las detenciones provocan algo de fricción con los músicos que, por supuesto, están para tocar: un par de ellos interactúan con la pianista desde la pantalla en un juego atractivo y risueño.
Oberek, un bemol mayor podría ser definida como un ensayo musical-teatral, que no se interesa por la representación de un decurso narrativo ni por esa entidad que suele llamarse “personaje”. La actriz y pianista María Zubiri, sutil y precisa, se apropia de un texto casi ensayístico acerca de la experiencia subjetiva del tiempo y de la memoria como dadores de identidad. Al tiempo que atraviesa su conflicto individual, la pianista es visitada por una mujer y un hombre (encantadores y sabios Adriana Aizenberg y José María Marcos) que juegan a que son su madre y su padre, pero no lo son o no importa: la ficción se erige, frágil, a partir de esos contrapuntos sin necesidad de construir relato. El “ruido” subjetivo de la protagonista surge de las pausas que ella impone a la interpretación musical y así aparece el teatro que se despliega entre ella y los otros.
“Pieza para piano, mujer, público y orquesta”, dice el subtítulo para dar cuenta de lo que es a la vez pieza musical y teatral. La portentosa y rica en matices composición musical de Ulises Conti lleva el ritmo de la obra. No hay nada aquí de uso de la música para distanciar y cortar la acción dramática o la identificación porque casi no se producen tales fenómenos; más bien sucede lo contrario: la actuación hiende el despliegue de la interpretación musical. Se diría que, por momentos, la música opera con tanta incidencia dramatúrgica como las palabras, sobre todo en el nítido clímax… ¿musical o dramático?
El oberek es una danza —y forma musical— polaca, ligada a la mazurka, en la que los bailarines giran rápido sobre su eje al tiempo que trazan un círculo mayor. La analogía es inevitable: en Oberek… el teatro y la música rotan sobre sí mismos, mientras bosquejan juntos otra figura. Entre las artes, la música tiene la prerrogativa de no plasmar ninguna imagen, de constituirse como una materia temporal y sonora que no configura representación. La pieza de Mariana Obersztern construye una teatralidad que se impregna de esa condición, a la vez que yuxtapone ficción e imagen teatral a la música. Otras de sus obras ya mostraron lo que puede lograr el teatro cuando se expande hacia las artes visuales o hacia la literatura. En Oberek… es la música la que conduce al teatro a salir de sí mismo.
Oberek, un bemol mayor, autoría y dirección de Mariana Obersztern, Teatro Sarmiento, Buenos Aires.
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