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En una entrevista para la agencia Télam aparecida en 2013, Damián Tabarovsky hacía decir a Ricardo Piglia: “No hacen falta más escritores vanguardistas, sino lectores vanguardistas”. Margo Glantz escribe como un lector vanguardista. Por breve herida es su ejemplo más reciente y el catálogo explícito de sus influencias, la mejor forma de entender el mecanismo experimental bajo el que opera toda la lógica glantziana. El procedimiento de Glantz es una boca que engulle: por el filtro de su visión excéntrica pasan Benjamin, Walser, Lichtenberg, Perec, Quignard, Lydia Davis y, por supuesto, David Markson. Pero también Van Gogh, Münch, Bach, Gould, Callas. La lista es inmensa y no siempre culta; la mezcla es una marca de la casa. Tras el espectro de Mann se aparece la figura de Drácula, con sus fangs animalescos y desafiantes. Hay también lugar para las revistas, los diseñadores, los métodos Alexander o incluso los eslóganes de publicidad dental: Sonríe, mañana puede faltarte un diente.
Visto así, el libro es pura odontología. El pensamiento es una cuestión de dientes, decía Paul Celan y nos recuerda la autora. Por breve herida es un libro implante y es también un libro prótesis. Hecho a base de mordiscos, de succiones, de extractos. Glantz se pasea sin pudor por todo tipo de referencias que rondan el tema de los dientes, y las arranca y mastica hasta convertirlas en materiales propios. El resultado sorprende por lo extraordinario del retrato que consigue de sí misma uniendo todos esos miembros ajenos. Una mezcla entre ensayo cultural, diario personal y autobiografía novelada que redunda en las formas de la espera. Las de las horas en la antesala del consultorio del dentista, que la narradora gasta con lecturas y derivas mentales. Las de los casi dieciséis años que la escritora ha invertido recopilando esos fragmentos para agruparlos en un libro.
Hasta que es inevitable la exodoncia. Le ponen moldes, le liman, le arrancan, le succionan. Sus dientes se convierten en muñones puntiagudos, muy parecidos a los de los tiburones. Por breve herida se vuelve cuerpo: sangre, sudor, saliva. También deseo, horror y belleza. Pero el libro es sobre todo biografía: el origen, la infancia, la memoria erosionada. Porque desde el principio estaban allí los dientes. El padre de Glantz fue, entre muchos otros oficios, técnico dentista en el México de los años cuarenta. Ejerció en un pequeño consultorio de la calle Vallarta donde la niña ya jugaba a extraerse los dientes con su hermana. El destino estaba echado. Desde entonces flotarían los olores antisépticos y desfilarían los utensilios médicos frente a la vida de Margo. Después vendrían los dientes corroídos de Greene y de Cervantes, de Bolaño y de Amis. O los dientes ocultos entre los rostros lúgubres de las pinturas de Bacon y Picasso.
Margo Glantz, Por breve herida, Sexto Piso, 2017, 288 págs.
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