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Tiquitiqui tiquitiqui van cortando y ¡op! se la llevan. El comentario ilustra la coreo Animal Planet de hormigas descuartizando una hoja. Hará un mes que el videíto gira en @soyjuanamolina, mientras su dueña lo hace por el mundo presentando su flamante Halo. El micromundo Juana está todo ahí: un ideal de naturaleza a escala de jardín, un resguardo de intimidad femenina entre pájaros y plantas, donde se encuentra a solas con sus amadas Marosa di Giorgio y Arrietty. Pero la cosa pasa por el tiquitiqui y el ¡op!, una sintaxis de cómic que hilvana onomatopeya e interjección. Glosolalia y beat: dos materiales que por fin, en su séptimo álbum, fueron expandidos y expuestos como siempre lo pidieron. Así que a Juana le llegó el momento de cumplir, en las composiciones más sorprendentes de Halo, una promesa que hizo dos discos atrás: “Un día voy a cantar las canciones sin letras”. Y ganando ritmo, aceitó la ingeniería del ensamble que forma con Diego López de Arcaute y Odín Schwartz desde Wed 21. Por ejemplo, inquieta el modo en que esa tímbrica fungosa (emparentada con todo lo húmedo, marrón, poroso y agrio que crece invisible en rincones del jardín: hongo, musgo, liquen) no deja de responder a la combustión de banda tocando, gozando sincro. Iría derecho a mi pieza favorita, a “A00 B01”: grado cero de título para una canción sin letra. Todo un hito en la conservadora cancionística argentina, promotora de lo que bauticé lirocentrismo, esa ideología que incurre en cifrar todo el sentido de un tema en lo que parecieran decir sus versos. Pero algo se canta y se dice en “A00 B01”, aunque las palabras no resulten reconocibles. Efectivamente, esas onomatopeyas —que por ahora no son parte de un idioma terrícola— se oyen articuladas, parecen organizadas en una sintaxis idiolectal, como sucede en los casos de una Elizabeth Fraser o un Christian Vander. En escena, el scat vudú de “A00 B01” intenta ser respetado como algo que fue dicho con convicción en el estudio. Una analogía: la salida de Halo coincidió con la retrospectiva de Mirtha Dermisache en el Malba. Mientras esta desactivaba la lógica de la legilibilidad para habilitar la visualidad plástica de la “letra”, la otra decidió traicionar la expectativa de poesía y mensaje que se le exige a la lírica pop/rock, optando por hablar en lenguas. Como lo de Dermisache se llamó “grafismo”, aquí deberíamos hablar de “fonetismo”. O “echolalia” (Daniel Hellen-Roazen), balbuceo que, en términos más estéticos que patológicos, permitiría recuperar el amplio pantone fonético perdido con el filtro de la socialización lingüística. Acá canta Juana haciéndose eco, coro, chora, de un modo pre/post lingüístico de producir sentido, que desalienta la hermeneútica del hermetismo, propia del análisis seudo académico de letras (ay, las sombras de El Flaco y El Indio, siempre). Eco también en “A00 B01” de una Halo, Laurel (nombre de aromática), cuyo “MKUltra” (2012) resuena (su álbum actual Dust es de lo poco que se le pone a la par a Halo, pese a su solemnidad experimentalista). No hay que olvidar que cuando Juana desarrollaba carrera de comediante, prefería hablar de trance y posesión antes que de técnicas actorales. Hoy en la música, su facultad mimética sigue intacta: sus filigranas fonéticas, interjecciones o scats son re-percusiones, que elevan la voz a instrumento libre de lenguaje. Gran homenaje al comienzo de uno de sus discos favoritos (Larks’ Tongues in Aspic), o al comienzo de Todo, con Tutti: aquel Awopbopaloobop Alopbamboom de Little Richard que imitaba un redoble (el canto en “A00 B01”, “In The Lassa”, “Andó” o “Cosoco” también recuerda a experimentos más sesudos como “I Zimbra”, juego afrodadá de Byrne y los suyos). Las alusiones a brujerías, oráculos, supersticiones, ritos, encantamientos o manzanas envenenadas en las “letras que se entienden” señalan también su acceso a la música como pasajera en trance. Es una verdadera intérprete: la actriz sigue viva en su voz. Cuando entona palabras, las mastica hasta rumiar susurro, las baja a bastardilla, abriga fantasmas fonéticos. Las mimetiza con esas tímbricas al borde del grotesco para sublimar teclados, que ya habían descubierto los siniestros y exagerados Residents.
Me bastaría con celebrar el hito de un anti-hit que me obsesiona como “A00 B01” para recomendar este disco. Pero hay mucho más, claro. Cada track abre a 3D y 360º una panorámica de soundscape, tan cerca de A Moon Shaped Pool (Radiohead, 2016) como de Zama, que consagra a Eduardo Bergallo como productor. Se podría analizar mejor cómo superó el riesgo de acomodarse en el Método Juana para componer, además de ratificar con qué soltura su banda surfea la atonalidad, mientras cada uno teje su contrapunto sobre el entramado base, sólo por enumerar más logros notorios, pero… En un nuevo contexto cancionístico donde lo más interesante pasa por el rapeo más lúdico/lúcido o la mayor simpleza lírica que es minimalismo por default, la Juana de Halo timonea la proa. Vale la pena verla en vivo para comprobar cómo disfruta y contagia este momento suyo de plenitud expresiva, que, así y todo, siempre deja algún “aún” suelto. Para después, como siempre.
Juana Molina, Halo, Crammed Discs, 2017.
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