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¿Puede un poema escribirse desde el futuro? Sí, responde Marcelo D. Díaz en Los cuadernos de Mishima. Afirma y repregunta: “Así ¿ves?, como si quisiera asegurarse que del otro lado —en ese otro tiempo— hay todavía algo —alguien—, un relieve sensible / que nos encuentre / en suspenso”. No sólo porque escriba poemas desde y sobre días que todavía no existen, sino porque su voz tiene la belleza y la calma de quien antevé el futuro. No con la mirada del profeta sino con la de quien desde el sonido del trueno observa, con huidiza templanza, la descarga eléctrica y la emisión de luz, como en “Setsuko”: “Acaso habrá un milagro / empujándonos / hacia delante, podría contarte / cómo se cura / el dolor real / la herida finísima / se deshace / no duele pero truena”.
¿Puede escribirse un poema desde un futuro que no fue? Sí, porque “esperar la compasión del tiempo / es como jugar haciendo trampa”. En los dieciocho poemas de Los cuadernos de Mishima, Marcelo D. Díaz abre el lugar donde todo convive y, simultáneamente, el espacio de la ausencia: un suicidio ritual por desentrañamiento, una mente en que suena y resuena un nombre por lo bajo: “la vida entera concentrada / en una mano ciega”, la sutileza del rumor del viento “o el resplandor de la medalla de una santa olvidada”. Y, al mismo tiempo, en poemas como “Sayonara”, el ámbito donde “no queda rastro de lo felices que íbamos a ser / sino más bien toda la ausencia junta / de la noche”, y se vuelve necesaria la voz como forma de la fuga, como vía de escape siempre hacia adelante: “en fin que el universo / se infle como un globo y se olvide / por completo de nosotros”.
La escritura de Díaz pone la singularidad del cuerpo en la misma frecuencia que los fenómenos celestes; va de lo ínfimo a lo inmenso (“¿decir yo es lo mismo / que decir / avanzamos retrocediendo / como las nubes…?”). Y entre sus versos subrayar se vuelve inconducente, porque sería necesario señalarlo todo. Los cuadernos de Mishima tiene la consistencia del deseo sin altibajos: no especula respecto de la intensidad. Así es que mejor dejar los poemas intactos, sin marcarlos, firmes en la superficie de las hojas. Leer y escribir, en este libro, es ir contra la gravedad, como en “Sanji”, quizás, “para detener / la caída / en un refugio mental / donde cada deseo / se desintegra / en la fantasía subterránea del amor”.
Porque “el otro mundo del mundo” que crea Díaz está hecho de singularidades. Una ballena que emite sonidos intraducibles incluso para otra ballena; una matutina, cotidiana oración silenciosa semejante al zumbido de los insectos; peces que nadan con la vista hacia atrás y nombres japoneses que desvían la curva del texto y le dan el relieve de aquello que en el lenguaje extraña. “¿No seríamos casos únicos también / aquí arremolinados / en el fondo del universo?”, se pregunta una voz en “3/12/17”. Claro que sí, casos únicos que inventan su propio lenguaje: el de una intimidad que se construye en el espacio del poema, en la sutileza y la revelación de lo que sólo existe en el diálogo con el otro. En Los cuadernos de Mishima, Díaz articula una voz impar: la de quien mira desde el futuro para afirmar que la belleza permanece ahí, intacta, incluso en los mundos que no fueron.
Marcelo D. Díaz, Los cuadernos de Mishima, Deshielo, 2017, 48 págs.
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