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Una mujer trota en un living y detrás de ella se proyecta la imagen de una ruta. Una mujer que corre hacia un destino, ¿el suyo? Mientras tanto, un hombre sentado en un sillón canta “Words are flowing out… / Nothing´s gonna change my world…”. Así, un cuerpo en movimiento y un cuerpo inmóvil; la canción de los Beatles “Across the Universe” y la respiración son los sonidos y las imágenes que nos reciben en la sala del Camarín de las Musas en un viernes santo de abril que, de la mano de los cuatro protagonistas de este drama, no será tan santo.
La mujer deja de trotar y se desploma en un living, sí, ese espacio predilecto del drama moderno, iniciado por dramaturgos como Chéjov, Ibsen y Strindberg. Pero la mujer, Nina, se levanta y comienza la obra escrita por Bernardo Cappa con colaboración de Pedro Sedlinsky y dirigida también por Cappa. En ella, el conflicto se instaura cuando una consagrada actriz, Leonor Alario, descubre que su marido, Daniel Céspedes, la engaña con la novia de su hijo Lautaro, y decide dirigirse a la casa de aquella para enfrentarse a esa verdad. Todos son agentes del teatro: actrices, dramaturgos y directores, y en ese gran encuentro personal que articula la obra, se ponen sobre el tapete diversas discusiones que no sólo abarcan el ámbito de la intimidad, la maternidad, las relaciones sexuales, los amores y los engaños, sino también el lugar que ocupa el teatro hoy en nuestra sociedad. Para ello, el texto de Cappa y Sedlinsky se apoya en un clásico del teatro universal, y si el lector no lo pensó en una primera instancia cuando dimos a conocer el nombre de la protagonista, lo decimos por las dudas: La gaviota (1896), de Chéjov. Sin embargo, esta obra del escritor ruso es tomada en este nuevo contexto argentino como un comentario, como un texto que es despedazado y que se constituye en signo que referencia los conflictos humanos y artísticos que no sólo preocuparon a Chéjov y Stanislavsky (quien dirigió esta obra en 1898), sino también a los espectadores y artistas contemporáneos. Mediante este intertexto, que se entrecruza con la apelación a otros discursos relacionados con el campo del saber sobre el teatro argentino y la puesta en evidencia de la teatralidad, la obra de Cappa y Sedlinsky propone una problematización sobre diversos temas. En primer lugar, se cuestionan los lugares de poder legitimados en el teatro argentino; en segundo lugar, se juega con la poética textual que toma como referente: el realismo. En tercer lugar, es clave esa condición fundante del hecho teatral: la mirada. Porque es sabido que para que haya teatro es necesaria la mirada de un sujeto que mira a otro que desea ser mirado. Así lo dijo Peter Brook en su libro El espacio vacío: “Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo, lo único que necesito es alguien que camine en este espacio y otro que lo observe para llamarlo un acto teatral”. Una necesidad que se vuelve carne entre los protagonistas de No dejes nunca de mirarme, por favor: Lautaro y Nina necesitan de la mirada de Leonor y Daniel para que sus deseos artísticos y privados no caigan en un sinsentido. A su vez, Leonor y Daniel necesitan la mirada de Lautaro y Nina para que sus deseos de fama y posteridad no queden truncos. Finalmente, los cuatro actores (Maia Lancioni, Pablo Caramelo, Aníbal Gulluni y Celina Font), que destacan por su intenso trabajo en escena y que no abandonan la comicidad y la complicidad, dependen de la mirada del público para, cada viernes santo y no santo, develar sus conflictos y poner en escena su ficción.
En síntesis, mediante juegos textuales, intertextuales, de deseos y miradas, la obra de Cappa, que logra la armonización de todos los signos que componen la puesta, retoma, entre otros, el conflicto de la creación artística. Además, nos recuerda, tal como lo hiciera Tréplev en La gaviota, que “se necesitan formas nuevas. Formas nuevas, si no las hay, más vale que no haya nada”. Por suerte, Nunca dejes de mirarme… nos brinda esperanzas.
Nunca dejes de mirarme, por favor, dramaturgia de Bernardo Cappa y Pedro Sedlinsky, dirección de Bernardo Cappa, El Camarín de las Musas, Buenos Aires.
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