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Trece llanos

Margarita Martínez

TEORÍA Y ENSAYO

El sabor de la ciudad se camina. Eso hizo Margarita Martínez en Trece llanos, un libro extraño, fuera de la etnografía, fuera del flaneurismo y fuera del desprecio misántropo por el vivir popular. Los comentarios son concretos como el cemento pero parecen desvanecidos, vencidos por la propia ciudad. Acumula hipótesis que tienden a la tragedia. Es un libro de una habitante prudente y curiosa, lírica y sagaz. Son trece maneras de comprender espacios urbanos de Buenos Aires no necesariamente estructurados por la idea de barrio. Es un libro sobre el tiempo, que carga y descarga su fuerza contra las cosas a la manera de un sometimiento. Expresa la forma ensayística de algunos descubrimientos materiales a través del corazón.

Martínez escribe como si caminara a una velocidad ritmada por la cautela, acompasada en torno a los habitantes actuales que han dejado la bohemia atrás y solo usan la ciudad, sus expresiones estatales y las delimitaciones generales que el miedo propuso a la sociedad civil para que Buenos Aires ya no sea el teatro de la contingencia sino la “comba del devenir gentrificado”. La propuesta es clara: un periplo con la sensación al mando. Una sociología abierta a la vida sin ornamento. Una frialdad expandida desde la descripción hacia la melancolía. Preguntas sin fondo que abren variables estéticas para discutir con el pensamiento “humanístico”, tan amarrado al progreso y a las variables controladas. Martínez está a favor de la autenticidad muda de la materia, que es verdadera por su capacidad enigmática dentro de la fiebre expansiva de la ciudad posmoderna.

Son demarcaciones arbitrarias de la ciudad, que expresan la relación del caminante no sólo con la memoria de sus paseos, sino también con las fronteras de los paisajes. Al ser un libro sobre el damero barroco y los sistemas de convivencia, la lectura proyecta en el lector las fronteras nunca distinguidas entre regiones porteñas, siempre vistas fuera de la razón. El cociente extraño de atravesar la ciudad y el libro son la aparición de los momentos transicionales de Buenos Aires. Imágenes inexistentes en el catastro, pero fulgurantes en el fondo de la conciencia del lector al momento de alzar la vista de las hojas. Su sien se endulza con el tiempo sedimentado que forma la estructura de una ciudad, su imaginario.

Susana Aguirre, una pintora de las llamadas “ingenuas”, salía a caminar para pintar fachadas de casas con fecha de vencimiento, el rastro perlado de un pasado que estaba por pasar también. Manuel Mujica Lainez dijo que ella “descubrió una ciudad secreta y maravillosa. Una ciudad que hay que salir a ganarla para el arte, a salvarla para alegría del alma y de los ojos”. Martínez vive un poco en esa estela y otro poco abre su alma a la crítica implacable, verdadera, sobre la relación entre sociedad y progreso. Las personas sólo sacan las sillas a la vereda en lugares donde no hay nada, “antiguas imágenes de la vida”. Ese barrio es Pompeya, el bajo, el confín. Donde queda el rastro de algo que no va a volver a pasar. Las pantallas del mundo nuevo están del otro lado de avenida Córdoba, donde la ciudad se expande en signos y se quiebra por dentro. Es entonces cuando la crítica urbana da cuenta de una condena: la ciudad nunca deja de serlo pero a la vez se muere lentamente, en un espectáculo que esconde algunas bellezas.

 

Margarita Martínez, Trece llanos, posfacio de Christian Ferrer, Ubu Ediciones, 2017, 96 págs.

7 Jun, 2018
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