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ARTE

La pintura se manifiesta como un ser libre dentro de la galería Hache, se desliza con entusiasmo entre las paredes y las personas que la acompañan. Es en el trabajo arduo y elegante de Florencia Böhtlingk donde la naturaleza encuentra un territorio para dejar de ser una imagen y convertirse en un acontecimiento. Lejos de querer representar o informar sobre las múltiples cualidades de los paisajes de Misiones o el Río de la Plata, la obra de Böhtlingk adhiere a la idea de ser un testigo que toma apuntes muy prolijos sobre los caminos, las manchas y las curvas que la naturaleza dibuja sobre sí misma. La intensidad de los colores atrae y lastima la retina, las tonalidades ácidas refuerzan un carácter lujurioso y tramposo en las pinturas, parecieran la antesala de un secreto que es imposible revelar. Los colores fríos y cálidos se abrazan cual hermanos que conviven en zonas específicas del plano y tienen prohibido invadirse. La suma de ellos pareciera gestar otro hermano, un color alucinógeno.

Para crear antes habría que preguntar, y Böhtlingk se pregunta todo el tiempo sobre la configuración del paisaje y la distancia que hay que tomar para no perderse en las constantes repeticiones del género. Pareciera que la propuesta de la artista hace foco en una pintura resbaladiza, móvil y ciertamente inestable, estimuladora de la duda y de posibles relecturas sobre los lugares visitados. Donde hay una mancha, hay un interrogante saludable. Por otra parte, ella es libre de todas las preocupaciones que el arte contemporáneo impone en la producción de los artistas, su obra se queda callada en la conversación del presente, como reliquias anacrónicas e inclasificables sus trabajos entablan uno de los gestos más rebeldes: hacer silencio y estar del otro lado del muro donde el arte quiere encerrar la vida.

El clima de la exhibición se corresponde con el de las obras: seductor y pacífico, como una mente ordenada luego del caos. Pero hay un lugar para la penumbra o para hacer el ejercicio amateur de buscar en el cuadro alguna huella de la personalidad del artista. Son tres autorretratos de Böhtlingk hechos con óleo, pastel tiza y otras técnicas. Parecen tres tótems congelados que configuran un rostro inseguro, dibujado por una línea certera, casi pragmática. Es un momento de desconcierto ante tanto paisaje amanerado y húmedo en el resto de las obras.

Ahora todo vuelve a suceder. En un primerísimo primer plano: la selva misionera repleta de verdes diferentes. A pesar de ser un lugar conocido, la pintora se conmueve con las diferentes oportunidades que le ofrece el color. Se asume como extraña, una errática, esa artista que habita la copa del árbol y un ascensor. La que no pertenece al mundo de las galerías ni al universo académico. Una turista con la mirada rara, afectada por los mosquitos y el calor. Es el paisaje de su cabeza, de sus inseguridades, los aciertos y sus miedos, acercándose como el ave a un río, como pincel a la tela. Toda pintura de Florencia Böhtlingk es un sistema de observación: una tradición renovada y entendida como la creación y pasaje de un nuevo conocimiento.

 

Florencia Böhtlingk, La vida, curaduría de Alejo Ponce de León, galería Hache, Buenos Aires, 13 de marzo – 21 de abril de 2018.

5 Abr, 2018
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