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El colectivo Laboria Cuboniks define el xenofeminismo (XF) como un aceleracionismo “tecnomaterialista, antinaturalista y abolicionista de género”. Tecnomaterialismo (“tecnología para rediseñar el mundo”) es el reconocimiento del potencial emancipatorio de las tecnologías mediante su apropiación estratégica. En Xenofeminismo, Helen Hester despliega esta noción a partir del artefacto de extracción menstrual Del-Em y analiza los alcances y limitaciones del movimiento de autoayuda del feminismo de los setenta, exhibiendo su “refuncionalización” en el activismo sanitario del transfeminismo y en las nuevas formas de circulación de información que buscan ampliar la autonomía corporal. Las redes de contención que circunvalan la autoridad médica y la democratización del know-how técnico individual son aspectos clave del sentido de apropiación que propone el XF. Sin embargo, advierte Hester, la escalabilidad y la interseccionalidad de estas prácticas suelen ser insuficientes en relación con las circunstancias sociopolíticas en que se desenvuelven, lo que las convierte en “implementos útiles pero parciales” de carácter transicional. El futuro XF busca ingenierxs (ya no hackers) capaces de agenciar los recursos en la construcción de “una nueva hegemonía biotécnica”. Esto significa, entre otras cosas, la biotécnica al servicio de la multiplicación de los géneros y la desaparición del binarismo. No porque sea necesario modificar los aspectos biológicos para modificar el género sino, sencillamente, porque es posible: el abolicionismo de género como ruptura de la hegemonía identitaria en favor de la multiplicación.
El antinaturalismo acaso sea el aspecto más provocador del XF, que entiende “la naturaleza no como el basamento esencializado de la corporalidad, sino como un espacio de conflicto atravesado por la tecnología”. Lo “natural” es un sitio de intercesión y agencia: de aquí se desprenden infinitas intervenciones posibles junto con una ética solidaria del derecho a decidir. La tecnología al servicio de la voluntad (una tecnopolítica feminista) y la naturaleza subordinada a ambas: “la biología no es un destino porque ella misma puede ser transformada por la técnica y debe ser transformada en nuestra búsqueda de justicia reproductiva”. Pero la decisión es una praxis del privilegio y, en este sentido, Hester atiende el problema desde una mirada global de las condiciones sociales.
El futuro es un territorio político y el XF busca poblarlo de fantasías realizables, postulando una futuridad transfeminista, solidaria y no subordinada a la reproducción, donde la figura del Niño —summum de valores racistas, heteronormativos y de clase— pierda centralidad en favor del parentesco queer: lazos de xenohospitalidad, colectividades y xenofamilias más allá de vínculos genéticos. Esta noción, que Hester toma de Donna Haraway, es central para pensar las asociaciones político-afectivas que definen hoy algunas luchas de Latinoamérica. Basta mencionar la alianza sin precedentes en la lucha por el aborto legal en Argentina o, en una escala micro, la emergencia del Activismo Gordx, un espacio transfeminista e interseccional que milita por la despatologización e inclusión de lxs cuerpxs disidentes. La gran virtud del xenofeminismo es su aplicabilidad: se puede aventurar que estas experiencias, definidas por lazos militantes, solidarios y de sororidad forjados al calor de la protesta, allanan el camino hacia el futuro XF.
El manifiesto que Laboria Cuboniks lanzó en 2015 puede leerse aquí.
Helen Hester, Xenofeminismo. Tecnologías de género y políticas de reproducción, traducción de Hugo Salas, Caja Negra, 2018, 144 págs.
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