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En 1993, Omar Schiliro hizo su primera y única exposición individual en el Instituto de Cooperación Iberoamericana, en Buenos Aires. Mostró sus ensambles escultóricos hechos con palanganas, perlas y bombitas de luz. Todo era hermoso pero frágil.
Al mismo tiempo, Jorge Gumier Maier, artista y pareja de Schiliro, exponía en la sala contigua. María Moreno escribió sobre Gumier y Claudia Schvartz, poeta y hermana de Marcia, invocó a Flash Gordon y el ritmo del chachachá para hablar sobre Omar. Con esta hoja, de fondo verde agua, forré mi carpeta de segundo año del colegio secundario.
Schiliro era bijoutier y su familia pertenecía a los Testigos de Jehová. Gumier era artista y su práctica curatorial lo estaba llevando a posicionarse como creador de un nuevo paradigma estético, posteriormente conocido como “arte del Rojas”. Schiliro y Gumier se conocieron en la redacción de la revista Diferentes e inmediatamente se enamoraron.
Schiliro, al enterarse de que era portador de HIV, encontró en el arte, entre caireles, ensaladeras rosas y celestes, un resguardo sanador. Realizó treinta y siete esculturas, collages y acuarelas. Pero llegó el día en que una amiga en común nos contó la noticia. Era la primera vez que alguien a quien sentía cercano moría por esta enfermedad.
Entre 1991 y 1993, Schiliro creó de manera catártica, se hizo amigo de artistas y circuló por donde ellos lo hacían. Cerca de la vitrina que reúne la documentación sobre su vida artística (porque poco se sabe de su existencia antes del arte) se expone, como si fuera una lápida, una banqueta de terciopelo bordada por Fabio Kacero. “Todo lujo, nada reciclado, todo nuevo como le gustaba a Omar, pues sabía encontrar en las pichinchas el verdadero brillo”, escribía en su carta, que tiene un beso estampado en rojo, Kiwi Sainz en 1994. Gumier la adora y los artistas también.
Poco después de su muerte, sus esculturas fueron exhibidas en muestras emblemáticas de los años noventa: 60-90-60, Crimen y ornamento (ambas de 1994) y El tao del arte (1997). Inclusive la película El joven Kuitca (Alberto Fischerman, 1994) giró alrededor de Batato te entiendo, la pieza que tenía el pintor en su casa. Pero la obra de Schiliro luego no circuló mucho más, hasta que un par de años atrás trascendió la noticia de que Gumier estaba armando su retrospectiva.
Ahora voy a brillar implicó un trabajo de ingeniería amoroso basado en las tecnologías de la amistad. El proyecto fue ideado por Gumier y curado por sus amigas, las artistas Paola Vega y Cristina Schiavi. Dispersas en la enorme sala de la Colección Fortabat, las piezas más grandes están apoyadas en el piso sobre bases circulares espejadas, mientras que las más chicas se encuentran agrupadas, como si fueran una cofradía sagrada, sobre una gran plataforma blanca. La exposición resplandece. Las obras hipnotizan, encantan. Atrapan como ocurre cuando miramos sin pestañar la chispa de una vela que centellea.
El paso de Schiliro por el arte fue breve pero trascendente. La sacralidad heterodoxa de su obra sintetizó el espíritu de una época. Ahora voy a brillar, para muchos y por diversos motivos, se transformaría por más de dos décadas en la muestra más esperada.
Omar Schiliro, Ahora voy a brillar, Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, Buenos Aires, 6 de abril – 10 de junio de 2018.
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Escribo estas líneas desde una posición de privilegio. Casi treinta años de vida compartida me han otorgado la posibilidad de ver con anterioridad las fotografías de Cecilia...
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