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Todo llevaba a pensar que en el principio de la obra de Martín Legón estaba el ready-made. Desnudo, intervenido, rectificado o traducido a los lenguajes del siglo XXI, lo ya hecho, es cierto, está en el adn de muchas de sus instalaciones, dibujos, videos y piezas escultóricas. Pero no. Si hay un principio que reina en las obras e incluso en las muestras completas es el montaje, el procedimiento moderno por excelencia, nacido con las grandes guerras del siglo pasado para remontar el desorden del mundo. De ahí que quizá, para acercarse a la lógica proliferante de su última muestra, antes que en Duchamp habría que pensar en Bertolt Brecht, y sobre todo en su Diario de trabajo, hecho de imágenes y textos que a fuerza de saltos, discontinuidades y choques abre una red arborescente de relaciones. O mejor: antes que en la “fascinación fría” duchampiana (la fórmula es de César Aira), habría que pensar en el distanciamiento, ese principio estético brechtiano que quiere promover una mirada crítica sobre la historia y la ilusión de la representación. “Distanciar es demostrar mostrando”, resume bien Didi-Huberman, “las relaciones mostradas juntas y añadidas según sus diferencias”. Y también: “No se muestra, no se expone más que disponiendo: no las cosas mismas sino sus diferencias, sus choques mutuos, sus confrontaciones, sus conflictos”. Recorte, encuadre, interrupción, suspenso: con ese vocabulario del montaje habla el fenomenal video que abre Árboles profundamente artificiales, una hora cuarenta de clips de un banco de imágenes para anuncios publicitarios, alternados con una serie inclasificable de otros clips, pacientemente recortados en el insondable océano de la web. “Diario de trabajo” del encierro en la era de internet, los 130 pares de piezas avanzan en hipnótico cortocircuito y ponen la maquinaria de la muestra en marcha. Porque si con su despliegue obsceno de sonrisas los anuncios del banco apropiable repiten una y otra vez el consabido mantra del capital ─consumo + felicidad─, la serie de clips de la web, más arbitraria y conjetural que la del enciclopedista chino borgiano, horada el estereotipo publicitario con una abrumadora variedad: curiosidades del mundo animal, escenas bizarras del parque humano, dibujos animados, videojuegos, hallazgos documentales y hasta el conmovedor testimonio de una madre de diecisiete hijos en una villa en el 73, esperanzada en la vuelta de Perón al país. Buscando tramar un relato, el que mira intenta armar series, ordenar, clasificar, pero invariablemente fracasa. El desafío se extiende más allá de las cortinas en el resto de las salas en un despliegue igualmente perturbador pero ahora concreto, material: series de bloques geométricos infantiles compuestos con aire Madí junto a dos breves textos sobre un pedagogo alemán y un psiquiatra infantil; 190 retratos recortados y enmarcados de directores de empresas de un Cronista Comercial de 2013, alternados con fórmicas en marquetería con dibujos infantiles; una pipa para fumar paco entronizada en el tronco de un árbol; una imagen de Cristo crucificado junto a los dos ladrones detrás de un denario romano original; Warhol junto a Severino Di Giovanni, fotos de jóvenes armados con stickers de Los aristogatos, letras tipográficas de plomo, un gran carrillón de hierro y cadenas colgantes, todo en la última sala. Y más. El que mira no se resigna a los saltos y se entrega al ejercicio de remontar. ¿Debería reunir las sonrisas del consumo publicitario con el argumento del psiquiatra sobre la sonrisa infantil o con el consumo del paco? ¿La esperanza depositada en el peronismo y la mano que pone un sobre en la urna, con los “líderes” del Cronista? ¿El clip de L- Gante, con las letras tipográficas de plomo, con los “fierros” de los jóvenes o con la palabra VIOLENCIA calada en las páginas de El Ojo mágico? Hay larvado, si se quiere, un relato posible del arte argentino desde Madí hasta el propio Legón, pasando por el op, el pop, Ferrari, Pombo, el Escuelismo y sus avatares, y otro relato más oscuro de la historia nacional. “El esplendor de la formación de la clase media argentina en las décadas 40, 50, 60 del siglo pasado y su actual agonía”, anota Legón en unas “Notas numeradas para leer después de ver la muestra”, que también se resisten a la continuidad de la fábula o la interpretación, y ofrecen más bien una arqueología razonada. Componer un relato traicionaría la potencia infinitamente variable del montaje y, por lo tanto, conviene recorrer una y otra vez las imágenes y las cosas dispuestas, y entregarse al ejercicio de montarlas y remontarlas. Se verá que, prodigios del distanciamiento, funcionan dialécticamente.
Dicen que a Brecht se lo veía a menudo con tijeras y pegamento en la mano. En una de las vigas del cuarto de trabajo, había pegado un lema: “La verdad es concreta”.
Martín Legón, Árboles profundamente artificiales, Galería Barro, Buenos Aires, 21 de agosto – 7 de octubre de 2021.
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