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Las muestras en la galería 80mts2 Livia Benavides generan una cierta anticipación suscitada por las características del local: una casona colonial, dividida por un pasillo con tres amplias habitaciones a cada lado. Su demanda espacial es más afín a una retrospectiva museística que a una individual de artista emergente. “¿Cómo resolverán la escala del espacio?” es una pregunta constante.
Ximena Garrido-Lecca satisfizo hábilmente esas exigencias al transplantar una fábrica de ladrillos con todas sus partes al interior de la galería. En la entrada, hizo construir un horno para cocerlos, con una chimenea de ducto galvanizado que atraviesa todas las habitaciones de la casona para finalmente despedir el humo en el patio trasero. En cada sala se realizan diferentes etapas del proceso artesanal: selección de tierra, tamizado, mezcla, moldeado y secado previo a la cocción, y hay una sala dedicada a las herramientas necesarias.
Los ladrillos resultantes de la actividad en la fábrica-galería iban a apilarse en el pasillo central, formando divisiones laberínticas del espacio que redefinirían y dificultarían el recorrido del espectador. Pero en la praxis, debido a imprevistos técnicos como la anchura excesiva de la chimenea —que impide que se genere el calor necesario para la cocción— o, en una galería ubicada frente al mar, la humedad del ambiente —que paraliza el secado de los ladrillos—, la producción no alcanzó un nivel tal que el laberinto tomase forma contundente. Esos muros hipotéticos pretendían reflejar “la arquitectura urbana [que contiene y dirige] el movimiento de las masas” y exponerlos “como sistemas de control social”. Al final, lo que se erige en la galería son unas curiosas tentativas de barreras que apenas consiguen la altura de jardineras y que son fácilmente eludibles.
Lo que también encuentra el espectador es la presencia del trabajador encargado de la elaboración de los ladrillos. Durante la visita, el señor —acompañado de un cuidador que parece asignado a vigilarlo, pero que además se dio a la tarea de hacerse su cuate— trabajaba en el moldeado de ladrillos y en unas versiones miniaturas de estos. Cuando se le preguntó sobre esas minirreproducciones, el vigilante contestó: “él no habla con los visitantes”. Extrañamente, el texto que acompaña la muestra afirma, acerca de los ladrillos, que no hay una “referencia exacta sobre quién los produce”.
La inequívoca presencia del hombre y de su trabajo, cuya única función concreta es para Garrido-Lecca la de generar capital (real y simbólico), transforma las críticas de la artista a “las demandas de la modernización” y al “ideal de productividad y progreso” en argumentos poco sostenibles. Lo que sí trasciende es una sospecha de apropiacionismo burdo. Desde los intentos de invisibilización del trabajo manual detrás de la muestra, y desde su transposición apenas estetizada al desregularizado territorio galerístico (¿cuánto será su sueldo?, ¿es relativamente justo?), se ponen en práctica las mismas condiciones del capitalismo, opacas y hostiles, que se busca criticar.
La exhibición aparece como un triunfo por escrito y seguramente en la documentación, pero al enfrentarse al visitante atraviesa una serie de crisis irremediables. Si formalmente logra alcanzar cierto éxito, los fracasos funcionales y discursivos lo obstaculizan de hecho, como lo harían esos muros que nunca fueron.
Ximena Garrido-Lecca, Arquitectura del humo, Galería 80mts2 Livia Benavides, Lima, 16 de abril – 30 de mayo de 2015.
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