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Movido a la reflexión por una muestra de Jutta Koether en la galería Reena Spaulings de Nueva York en 2009, David Joselit argumentó en “La pintura fuera de sí” la necesidad de pensar la pintura dentro de una red tanto espacial como social y cognitiva. “La escenificación de medios restringidos en el paisaje redefine los términos del placer por la pintura”, decía Koether al comienzo de su performance. “Hice un cuadro para estimular el juntarse y hablar de pintura”.
Junto con la curadora Lucrecia Palacios, Juan Tessi recorre el Malba: como institución, como arquitectura, como no lugar, como estructura social, a la búsqueda de los soportes físicos y conceptuales para una exposición. Deciden que habrá dos instancias.
Durante las primeras semanas, los cuadros cuelgan en lugares poco convencionales del edificio: frente al guardarropa, en el garaje, sobre un estante en las oficinas, de una columna en el depósito de conservación de obras. Las pinturas son tan distintas entre sí que sólo hacen serie amalgamadas por las prótesis de metal que las sujetan a la arquitectura y les permiten posar desafiantes frente a las cámaras de seguridad. Equipada con monitores que proyectan en tiempo real las capturas del circuito cerrado de televisión, la sala se convierte en garita. En paralelo y como parte de la muestra, un exhaustivo programa de acciones y conferencias construye discurso hasta el hartazgo.
En la segunda instancia, las pinturas pasan a la terapia intensiva del arte: la sala de un museo. Hacen su ingreso como banderas de una ceremonia del agotamiento. Llegan con prótesis, arrastran columnas, polvo, experiencias y transformaciones. Una edición de las horas de filmación del CCTV cierra el recorrido por la sala y torna los cuadros en celebridades expulsadas de un reality.
Tessi asume con ironía el requisito contemporáneo del registro de obra en las redes y su efectividad como imagen en una pantalla. ¿Quién sino un guardia de seguridad en contemplación absoluta de su objeto de vigilancia se aproxima más al espectador ideal de una pintura? Una constante especulación en la mirada espera atestiguar algo que sucederá súbitamente. Esa es, en efecto, la promesa epifánica de la pintura: el cruce entre la pretensión animista de la pincelada y el alma perceptiva de quien observa.
La “pintura-cartelera” que nos recibe en el acceso a la sala se construye a la par del aparato discursivo de la exposición: Tessi pinta allí los anuncios de los eventos confirmados. Está cargada de aquel cinismo que acuñó Picabia en “Naturalezas muertas; retrato de Cézanne, retrato de Renoir, retrato de Rembrandt” (1920), donde un mono de peluche es una naturaleza muerta y a la vez retrato de los pintores fundacionales del canon pictórico. La inclusión de esta obra le permite a Tessi liberarse de la pretensión de su época: la construcción de una pintura conceptual, discursiva, performática. La escenificación casi grotesca de los medios restringidos de su propio paisaje contextual emancipa los cuadros. La pintura retorna a sí misma y Tessi vuelve a la tela, a dejar en cada trazo placer, labor y ánima.
Juan Tessi, Cameo, curaduría de Lucrecia Palacios, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, 4 de marzo – 27 de junio de 2016.
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