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Desde finales del año pasado, bajo la coordinación de Irene Gelfman y con el apoyo de RSM Argentina, la galería Quimera desarrolla un ciclo denominado “Obras amigas”, en el que los artistas representados por este espacio invitan a colegas a organizar una muestra en conjunto. En esta ocasión, la propuesta de Valentina Ansaldi, artista de la galería, es reunir sus pinturas con las esculturas de Marcela Oliva y textos de Sofía Reitter, quien registra los diálogos de las obras.
Valentina Ansaldi viene elaborando desde hace tiempo un sistema de trabajo con decisiones claras y precisas que se percibe en las obras de esta muestra. En su manera austera de abordar la figuración hay una cercanía con los códigos del arte abstracto. Sus obras fascinan por el uso del color y la luz continua y total que se extiende hasta los límites del cuadro. La carga y distribución del acrílico es pareja, no hay rastros de pincelada, tampoco gestos expresivos. Ansaldi crea una ilusión óptica: con una técnica manual, arma superficies planas que podrían emparentarse con el trabajo en capas de la serigrafía o la textura pulida de las pantallas digitales, y al mismo tiempo construye geometrías puras sin recurrir a líneas rígidas. Cuando nos acercamos a las obras, reconocemos el pulso eléctrico y controlado de la mano que recorre las telas delimitando los planos como una especie de vibrato.
La artista se aleja ahora de los espacios interiores que venía pintando con colores fluorescentes y se adentra en el mundo de los jardines utilizando tonos más calmos. El tipo de jardín que explora en estas pinturas nos remite al Renacimiento europeo. De hecho, el título elegido para la muestra hace referencia a una parte del jardín construido cerca de la ciudad de Roma por el emperador Adriano en el siglo II d.C., frecuentado siglos después, ya en ruinas, por arquitectos y artistas para estudiarlo y tomarlo como modelo de los jardines que los poderosos del siglo XVI les encargaron construir. En las pinturas de Ansaldi hay ecos de ese pasado que se edificó evocando las ruinas de la Antigüedad clásica, en el que el orden, la armonía y la belleza expresaban una forma de posicionar al ser humano ante el cosmos.
Hay en la muestra un énfasis de la pasión de la artista por lo arquitectónico. La decisión de dividir la sala en dos por medio de una pared que no alcanza el techo, y que evoca, en su altura y color, los muros de un laberinto vegetal, permite imaginarnos en medio de un jardín. A modo de portal, una abertura central atraviesa la pared y nos enfrenta con un gran tríptico. Aquí se da una posible narración en tres partes de los elementos que componen el jardín: cipreses, ligustrinas, macetas, plantas y nenúfares, la estatua marmórea de una silueta femenina y una gran piscina de aguas calmas que, como un espejo, nos devuelve la imagen invertida del mundo que habitamos, pero con una sensación de extrañamiento ante la doble imagen. Si nuestro ingreso en esta sala marca un camino, en el tríptico observamos otros tres senderos en los que podemos perdernos. Al circular por el salón, otros cuadros de menor formato, pero de similar potencia visual, nos presentan desde distintos ángulos y de manera fragmentada el mismo jardín. Todos estos fragmentos giran, como pequeños satélites, en torno al poder gravitacional del tríptico y dan en conjunto una sensación de unidad. Por otra parte, un banco ubicado cerca de la obra de mayor tamaño nos invita a hacer una pausa, descansar, observar y perdernos en el centro de este espacio que conduce al mundo interno de la pintora.
Finalmente, a todo este sistema se suman las dos esculturas de la artista invitada. Provenientes de los ornamentos típicos del art decó, se ubican enfrentados en dos paredes de la sala principal como si escoltaran al tríptico. No es casual que Ansaldi elija poner en diálogo sus obras con piezas volumétricas y ornamentales que completan su fascinación por las formas arquitectónicas.
La atmósfera resultante de esta muestra es un espacio vital de tensa calma donde no parece circular el aire. De ahí que el reflejo de las aguas de la piscina pueda verse tan claro, aunque paradójicamente no veamos su fondo. El tiempo se detuvo; una pausa en la que no sabemos si algo sucedió o está por suceder. En el mundo que Ansaldi nos ofrece no hay personas, pero lo que allí existe no es posible sin nuestra presencia.
Valentina Ansaldi, Canopo, Ciclo Obras Amigas vol. 2, esculturas de Marcela Oliva, textos de Sofía Reitter, Galería Quimera, Buenos Aires, 2 de marzo – 21 de abril de 2023.
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