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Quinientas personas obrando para trasladar una duna resulta ser, desde donde se lo mire, la síntesis perfecta de una tarea innecesaria. Las dunas, por si alguien lo ignora, son colinas de arena movediza que en los desiertos y en las playas forma y empuja el viento. Gasto de energía para nada (para nada útil o para algo que se producirá naturalmente). Máximo esfuerzo, mínimo resultado, como anuncia uno de los cuadros de Cuando la fe mueve montañas (2002). Veinte años después, de Francis Alÿs, expuesta en Proa 21, curada por Cuauhtémoc Medina —a su vez, actor principal de aquella épica jornada limeña del 11 de abril de 2002—, que reúne el registro audiovisual de la performance con material de archivo, bocetos, fotografías, pósteres originales, pinturas y testimonios de colaboradores.
El refrán —quizá espurio ab origine— indica que una imagen vale más que mil palabras. Pero ¿la imagen prototípica de la acción pergeñada por Alÿs valdría más que dos palabras de cada una de las quinientas personas que, de forma voluntaria, empuñaron una pala para trasladar la duna apenas ocho o diez centímetros? Mediante esta ingenua boutade quiero decir —y en esto sigo a Marcelo Cohen en un texto que publicó en Otra Parte— que lo imprescindible de la obra, lo urgente de pensar —lo grave— es menos la imagen congelada de los agentes comprometidos con la ejecución de un trabajo absurdo, que el mismo trabajo absurdo ejecutado por esos agentes.
Las interpretaciones respecto de la acción fueron parejas, bastante homogéneas, más allá de las ostensibles calidades expresivas y críticas de los autores, por ese motivo me abstengo de repetirlas tarde y mal.
Ahora bien, la puesta en escena de la obra en 2024 podría torsionar —sabiendo, por ejemplo, que en YouTube funciona el canal libertario “Agarrá la pala”— el sentido original. Es cierto que la obra supuso una respuesta específica a un momento crítico de la historia peruana —el final de la dictadura de Alberto Fujimori—, pero emplazada en la Argentina de Javier Milei —remarco, de nuevo, el genitivo— el sentido podría desarmarse y retornar desplazado.
Si —como afirmaba Cohen veintidós años atrás— la derecha insiste en “las necesarias virtudes del temple empresarial y guerrero, la inevitabilidad del sacrificio”, ¿cuál sería el efectivo cambio de contexto?; ¿no se exacerban en la actualidad virtudes equivalentes? A lo mejor la diferencia reside en que antes se solía prometer, luego del sacrificio, las mieles del paraíso. Hoy pareciera suficiente con la promesa sacrificial, sin consecuencias positivas ulteriores, salvo la fascinación humana por el sufrimiento propio. Dicho esto, pregunto: ¿será la obra del artista belga-mexicano no un reflejo, no una representación de la época, sino más bien el anticipo alucinado de lo real?
Nietzsche escribió: “el desierto está creciendo y ¡ay! con quienes albergan desiertos”. Surfeábamos las últimas olas del siglo XIX, el desarrollo del capital ya venía estragando a diestra y siniestra, y el filósofo, crítico furibundo tanto de la democracia como del capitalismo, comenzaba a oler las consecuencias del progreso. Pero Alÿs no alberga desiertos, los redistribuye, los desplaza. En Atlas portátil de América Latina, Graciela Speranza evoca: “Del atlas dentro del atlas dentro del atlas, me vuelve clarísimo un texto muy breve de Borges, en el que recuerda haber tomado un puñado de arena en el desierto en Egipto y haberlo dejado caer un poco más lejos, con la sensación de estar modificando el Sahara con ese gesto mínimo”.
Gesto mínimo el de Alÿs que, al modificar el mundo, lo inventa. Tal vez allí resida la razón última de la potencia de la operación: ni copia ni denuncia, sino creación literal de mundos. Entonces, más allá de los referentes, Cuando la fe mueve montañas obtiene el valor de sí misma y no del contexto, por ese motivo sigue viva veinte años después.
El famoso proverbio (si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña) recomienda la audacia, no esperar a que las cosas sucedan, que debemos estar atentos para hacerlas suceder. Gracias a Francis Alÿs, Cuauhtémoc Medina, Rafael Ortega y las quinientas personas empeñadas en la tarea, la duna se movió, pero, por definición, se hubiese movido igual. Esta movida humana, este ganarle de mano a la naturaleza, permite proyectar un nuevo —aunque arcaico— sentido sobre la acción: hablamos del deseo de dejar una huella en las arenas del tiempo.
Francis Alÿs, Cuando la fe mueve montañas (2002). Dos décadas después, curaduría de Cuauhtémoc Medina, Proa 21, Buenos Aires, 10 de agosto – 6 de octubre de 2024.
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