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El paraíso de los creyentes

Nicolás Martella

ARTE

Los proyectos que pueden ser asignados al arte de archivo son un trabajo de posproducción sobre documentos que ya existen y —como observaba Hal Foster— la preparación de escenarios de investigación futuros. Subidos al tiempo que les presta una cosa diferente de ellos mismos y detenidos en el umbral donde una tercera podría comenzar, esos proyectos parecen carecer de su propio espesor temporal. ¿Qué puede emerger con ese intervalo? Apenas un desfasaje, pero también un nuevo reparto de lo sensible: la invención de un corpus en el lugar donde había solamente una dispersión. Donde los hábitos de clasificación estabilizados por la práctica social no acertaban a verlo, la imaginación ve nacer el cuerpo de un archivo.

El paraíso de los creyentes, de Nicolás Martella, responde a una línea clásica en el arte de archivo que se pregunta por la regla de formación de los enunciados. A lo largo de años, el artista coleccionó libros cuyos títulos comienzan con el sintagma tetrasílabo “El arte de”. Al aplicar esa ley de consignación sobre la totalidad de los libros publicados, sin hacer discriminación de tema (indiferencia típica del archivista), las ocurrencias que surgen remiten a los ámbitos más dispares de la práctica social: El arte de ser egoísta, El arte de tirar el tarot, El arte de besar, son algunos ejemplos. La figura retórica que gobierna el conjunto es así la anáfora, la repetición de palabras en el comienzo de un enunciado. El resultado es exhibido en el escaparate de una galería.

El punto de partida del proyecto parece haber sido una comprobación: la imposibilidad de imaginar la existencia de un libro sin título. Aquel que no lo tenga, fatalmente, lo recibirá, cuando las rutinas de las bibliotecas impongan su necesidad. De ahí la provocación de mostrar a través de títulos el absurdo de una fórmula editorial y sus barrios aledaños: exponiendo una multitud de apetencias y voluntades, la institución del título se revela como un artefacto arbitrario.

No hay nada abusivo en llamar arte a cada una de las disciplinas nombradas de ese modo en las tapas de esos volúmenes. En la mayoría de los casos, esas artes son técnicas culturales de subjetivación que podrían pensarse como descendientes lejanas y particulares de la eudemonología, rama de la filosofía práctica encargada de arrimar al humano la felicidad. Si tomamos el concepto de arte en su sentido premoderno, donde el arte se asume como actividad poética, el uso del término no es excesivo: la especificidad de las formas poéticas exige, también, su pluralidad. Tampoco lo es si lo tomamos en su concepción posmoderna: para esta, esperar consecuencias concretas de la operación estética no es una expectativa reñida con la pretensión de artisticidad. El desajuste aparece solamente a la luz del concepto moderno de arte, que exige tanto el uso de la palabra en singular como la ausencia de finalidad.

Dos datos completan el dispositivo estético diseñado por Martella. El título elegido para el proyecto remite a un gesto cognitivo de confianza en el libro como la sede de una verdad y, por lo tanto, a una imagen del lector modelada por la aceptación de una transparencia. El título, en este caso, es la operación que sella una distancia irónica. El segundo elemento se encuentra en la vidriera. En el siglo pasado las librerías convirtieron sus frentes vidriados en aparatos destinados a exhibir las tapas de libros, que se producían de formas cada vez más enfáticas y apelativas. En el escaparate, las tapas de los libros están en la visibilidad del medium para el que fueron diseñadas —visibilidad inherente a la construcción de la mercancía—. Pero, en su aparición simultánea, se muestran inscriptas en la trama de una regularidad heteróclita que, lejos de ordenar, nos deshabitúa.

 

Nicolás Martella, El paraíso de los creyentes, Galerías Larreta, Buenos Aires, 27 de agosto – 27 de octubre de 2023.

7 Sep, 2023
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