La ligereza

Desde su título, la nueva muestra de Guillermo Carrasco nos obliga a hacer distinciones. Podemos trazar unos círculos donde diferentes “ellos” se conjugan con posibles “nosotros”, creando unas figuras intrincadas de propiedad, combinatoria y diferencia. Ensayaremos algunos. Una de las obras se llama “Dibujos para mi hija” y es una tela de ciento veinte centímetros por lado, enmarcada en azul, con un gran plano central hecho de láminas de dorado a la hoja que descansa sobre un fondo de pequeñas manchas celestes y rosas.
Ese magma de tintes pastel rodea la rigidez del oro con una sensación blanda, que remite a las sábanas infantiles. La tela está atravesada por figuras garabateadas en gruesas líneas negras y azules. En otras obras las láminas doradas cubren superficies de cartón, o recuperan fragmentos de tiras cómicas que alternan con grandes círculos de colores. Las referencias no son difíciles de identificar, parecen restos ensoñados de dibujos animados y viejas historietas, atravesados por una lectura precisa de cierta pintura contemporánea, en la que ocupan un lugar destacado Guston, Baldessari o Tuymans. Más allá de la erudición pictórica y el sofisticado despliegue material, el horizonte emocional de la muestra es la paternidad, no como un tema a ilustrar, sino más bien como un espacio singular abierto en el centro de un pintor, para alojar dentro de sí el universo sensible de su hija.
En las pinturas de Ellos y nosotros, el dorado, además de la obvia apelación trascendente de la pintura religiosa, cumple la función de anular la profundidad del plano. Esto implica al menos dos cosas; la referencia a la infancia como interioridad aún no desarrollada, como espíritu incipiente, que a su vez se vincula con el balbuceo (cacofonía) o el automatismo corporal asignificante (garabato). Los distintos trazos que cubren las superficies de tela, papel o cartón funcionan como marcadores imaginarios alusivos a iconografías infantiles o primitivas —las lágrimas, gotas, nubes, los celestes y rosados, la leche y la harina, el talco, el aceite, el pis y la caca— y señalan las implicancias materiales de la primera infancia en el tránsito de la afectividad asignificante (maternal y corporal) al significado (paternal y codificado). Es imposible desentenderse de la función primordial de los libros ilustrados que padres comparten con su hijxs antes de dormir como mediadores lingüísticos y organizadores de significaciones sociales más complejas. Por su parte el dorado, lámina metálica con el poder mágico de separar el mundo terrenal del celestial, funciona como ocultación de la interioridad pastosa del padre-pintor en la presentación del mundo a su hija. Este mundo interior, eco de un descalabro social en el que el padre difícilmente no se sienta implicado, es reemplazado por una delicadeza superficial, mimesis del tacto de la madre o calidez solar del padre, hecha de reflejos cambiantes sobre la superficie de las cosas. Estos artilugios no logran desenredar el aspecto inquietante que la incipiente psique de la niña introduce en el cuidadoso plan de crianza. Puede verse en el ímpetu destructivo de las formas que irrumpen sobre la superficie dorada la alegoría imposible de una iconografía aún no colmada, que desbarata los intentos paternales de ordenar los contenidos simbólicos, de anudar los signos con sus referentes.
Ellos y nosotros contrapone la cita textual fragmentaria con referencias a momentos de lúcidas alianzas entre campos culturales diversos, circunscribiendo a la vez la fragilidad de un objeto histórico tan impreciso como puede ser el momento de llevar de la mano a unx niñx que recién está empezando a caminar. Cada obra permanece así abierta al ineficaz proceso de traducción, adaptación, acoplamiento sensible y maduración en el que inevitablemente se ve sumergido todo aquel que quiere ocuparse del problema de la herencia, el cuidado y la reproducción.
Guillermo Carrasco, Ellos y nosotros, Atocha, Buenos Aires, 12 de marzo – abril de 2025.
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