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El agua materializa una propiedad abstracta: lo fluido. Su dinamismo supera cualquier concepción lineal. Nunca hay más ni menos, la misma cantidad circula desde el principio del tiempo. Ochenta por ciento de mi cuerpo es agua que antes de constituirme fue parte de ríos, de lluvias y de otros organismos. El planeta entero está conformado por cuerpos amnióticos.
En su libro Bodies of Water. Posthuman Feminist Phenomenology (Bloomsbury, 2017), Astrida Neimanis propone que, dado que somos seres acuosos, conceptualizarnos como agua es reconocer que lo humano está conectado entre sí y también se entrelaza con lo no humano. Para ella es fundamental aprender de los modos de actuar y de conectar líquidos ya que “el agua enreda nuestros cuerpos en relaciones de don, deuda, robo, complicidad, diferencia y relación”. Tal como se advierte en el texto de sala, la cita anterior de Neimanis enmarca la primera exhibición individual de Jimena Croceri en la Galería Piedras. Se trata de una suerte de retrospectiva actualizada. Por su semejanza con los trabajos anteriores de la artista, las obras expuestas parecen pertenecer al pasado, pero en verdad fueron realizadas durante 2023 (la única excepción es una serie que comenzó a finales de 2022 y continuó en 2023). Este gesto de continuidad, signado por un ciclo de repetición y diferencia, remarca el carácter atemporal (¿líquido?) de toda su producción.
Al entrar en la galería, en la primera pared un plasma reproduce un video que podría ser pensado como su statement poético. Llueve. Sobre la ventana las gotas se acumulan, luego caen describiendo un zigzagueo que la artista copia. De un lado del vidrio, el agua en movimiento, del otro, el dibujo estático. Se establece así la distancia inexorable de los cuerpos como punto de partida y un intento de aproximación hacia lo otro, o tal vez un deseo de captura estética de aquello que muta. A continuación, en la sala principal, un televisor viejo, no un plasma sino uno de esos aparatos culones que ya casi no existen, permite ver el video “Dibujos con marea”, que documenta la acción de Croceri extendiendo un lienzo sobre la orilla para dejar que el agua lo moje. Ella pinta el rastro de la marea cuando se retira, una y otra vez, hasta lograr la composición que puede verse en las obras exhibidas en esa misma sala. Se trata de cinco lienzos de algodón de gran formato (rondan los dos y tres metros hacia ambos lados), que dejan ver una superposición de líneas orgánicas de color azul, ocre o verde. El imaginario acuático de los trazos sobre las telas se refuerza con diferentes ejercicios ploteados en las paredes: “seguí el dibujo del río en el mapa moviéndote en su espacio, pensá en el río como un baile…”.
En la sala de atrás, siete pedestales de madera rústica sostienen obras de yeso piedra color blanco. Efectivamente, como advierte el nombre de la serie (El aire entre nosotrxs tiene forma de hueso), las esculturas parecen vértebras. Tal como ocurría en la sala anterior, en esta también se devela el procedimiento, pero en vez de un video hay tres fotografías. Dos de ellas están juntas y dejan ver cuerpos que se tocan. Si bien la artista ya había trabajado con las distancias de los cuerpos y ese mismo material maleable que toma la forma de un vacío para colmarlo, acá no se trata de cualquier cuerpo ni de cualquier parte: son panzas de mujeres embarazadas. Se adivina allí un dato autobiográfico circunstancial, ya que Croceri estaba en pleno puerperio cuando comenzó esta serie (de hecho, conoció a las retratadas en las rondas de gestantes que organizaba su partera). Ambas fotografías se titulan “Elusa”, nombre que comparten con el de toda la muestra y que surge del deseo de la artista de ponerle un nombre propio a su producción, igual que se hace con un bebé. En este caso eligió inventar uno que hiciera referencia al carácter elusivo del líquido. La tercera fotografía, colgada en la pared opuesta a las otras dos, expone de forma explícita el trabajo físico con el material: una embarazada sostiene un trozo de yeso aún fresco, resultante del diálogo con los otros cuerpos, sobre su panza.
En la última sala, aunque en verdad está al comienzo del recorrido pero semioculto por cortinas negras, se proyecta un video filmado en colaboración con la directora de cine Natalia Labaké que arranca con la imagen de la artista hundiendo las manos en el río. Extrae de allí barro para armar unas bolitas que coloca sobre el puente Avellaneda, el que conecta La Boca con la Isla Maciel, donde vibran por la circulación de los vehículos. De hecho, la obra se titula “Rumbrumpluc” por las onomatopeyas de los autos, la vibración del puente con las piedras y la posterior caída al agua. Aparece en primer plano la relación entre la naturaleza y lo urbano, en una geografía de corte industrial, fabril, que da cuenta de las transformaciones que derivan de la acción humana. Al igual que los cocodrilos albinos mutantes que aparecen al final del documental de Werner Herzog La cueva de los sueños olvidados, esta inclusión parece interrogarnos por nuestro presente y por el futuro. Si la naturaleza y lo humano se vuelven cada vez más indisociables, sólo un pensamiento líquido puede dar cuenta de su devenir. Tal es la propuesta de Jimena Croceri en esta exhibición. Por eso inventa formas sensibles, diálogos y encuentros: para desbordar lo individual en pos de un ser en común compuesto por todos los elementos que forman parte de nuestro planeta.
Jimena Croceri, ELUSA, Galería Piedras, Buenos Aires, 28 de octubre – 29 de diciembre de 2023.
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