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Ocupando el accidentado vértice monumental que traza los perímetros de la sala de la planta baja del Malba, la instalación de la artista chilena Voluspa Jarpa se integra al espacio brillante y luminoso del edificio sin conflictos. Nos reciben unas tiras de papel que transitan la distancia entre el suelo y el lejano techo translúcido. Estas largas cintas dan a ver un entramado de letras impresas, tachaduras, subrayados, anotaciones manuscritas, sellos que insisten: secret. Es sencillo identificar la cristalizada imagen del documento desclasificado. El extenso entramado escenifica la presencia hiperbólica de documentos que, al mismo tiempo que se exhiben, se hacen inaccesibles a la lectura. Enfrente, nos encontramos con una cita a Donald Judd, una suerte de referencia a un minimalismo Taschen. Pero los icónicos módulos de metal se abren como si dejaran escapar de su interior una miríada de archivos que se filtraron de la contención que les ofrecía la severa estructura. Finalmente, este espacio central ofrece una grilla de dibujos de distintos líderes latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX en escenas declamatorias. Los ahora retratados sobre planchas de bronce murieron en circunstancias que han merecido investigaciones o sobre las que aún se tienen sospechas.
Por si a esta altura existiese alguna duda, el texto de sala nos informa sobre el origen de los documentos. Se trata de una investigación que realizó Jarpa sobre archivos desclasificados de la CIA en los que es posible reconstruir el día a día de sus operaciones en catorce países latinoamericanos entre 1948 y 1994. La información estuvo disponible en la web a finales de los años noventa hasta que el comienzo neo-neoconservador del nuevo siglo obstaculizó su acceso online. El resto de las salas gravitan sobre estos procedimientos recurrentes: prolijas estanterías metálicas contienen los expedientes desclasificados ordenados por país, una serie de dibujos ilustra escenas de procesiones sepulcrales públicas, mediante una serie de videos se vuelve a tematizar el dificultoso acceso a los archivos, en los que se ve a Jarpa junto a alguien que intenta infructuosamente enseñarle inglés para leerlos.
En nuestra pequeña región de por acá opera por adición: vincular la severidad de un esquemático minimalismo con la Guerra Fría, el trazo narrativo de un dibujo que recuerda a Fernando Bryce o Jorge Satorre —por mencionar dos ejemplos regionales—, los conflictos de la traducción en clave geopolítica y la remanida relación entre archivo, violencia estatal e injerencia imperialista en el siglo XX. Las cuentas parecen cerrar en una economía artística que encuentra lo que busca en los lugares comunes de tantos guiones curatoriales. En este caso, lo problemático es que, en la era de las filtraciones masivas, la dificultad no se encuentra ya en fracturar el orden táctico del secreto que antes alentó el teatro operacional de la Guerra Fría. Activar los archivos, no monumentalizarlos, parece ser el desafío más urgente. El problema es restituir de algún modo ese cúmulo de información para hacer legibles sus implicancias en un presente aún constreñido por consensos de larga data. Escenificar su imposibilidad parece poco.
Voluspa Jarpa, En nuestra pequeña región de por acá, curaduría de Agustín Pérez Rubio, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, 15 de julio – 3 de octubre de 2016.
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