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Las empresas cósmicas del dúo Faivovich & Goldberg no dejan de sorprendernos. En 2018, en una insólita ceremonia oficiada ante escribano público, encapsularon un meteorito en una caja de madera y postergaron su donación a la Sociedad Científica Argentina hasta el siglo próximo. Y aunque nadie, salvo los artistas, los testigos y dos artesanos que sellaron la caja, vio el meteorito, el público desprevenido de ArteBA era invitado a imaginar un pasado remotísimo anudado con un futuro incierto en una cápsula de tiempo cósmico. Pero en 2019, como si invirtieran el signo de Un meteorito para la Sociedad Científica Argentina de 2105 y redujeran a su mínima expresión la escala de más de una década de grandes empresas, concibieron Encuentro con El Mataco, una obra que en lugar de ocultar da a ver y ofrece apenas lo que promete el título. Porque, invitados a celebrar los ochenta años del Museo Dr. Julio Marc —el Museo Histórico Provincial de Rosario—, F&G no reunieron mitades separadas de un meteorito ni proyectaron traslados épicos, no clasificaron especímenes decomisados ni lanzaron un ejemplar al futuro, sino que sólo propiciaron un “encuentro” con la cosa misma, El Mataco, un meteorito de 998 kilos con una historia frondosa. Descubierto por el puestero de una estancia del Chaco Austral en 1937, confundido en principio con el mítico Mesón de Fierro y donado por el dueño de la estancia al Museo Provincial en 1941, el cuerpo celeste se asoleó por más de medio siglo sobre un templete octogonal, donado por el mismo propietario para que fuera exhibido en los jardines del Marc. Pero a principios de los noventa, un intento de robo del meteorito El Chaco alertó a las autoridades del museo, que decidieron trasladarlo al interior y exhibirlo en una sala junto con el resto de su acervo histórico, tres ricas colecciones de “América India”, “América Colonial” e “Historia Patria”. Mudado a las salas del museo, reemplazado en el templete octogonal por una piedra mucho más joven (la piedra fundamental de la ciudad de Rosario “rescatada del olvido” después de 220 sondeos), El Mataco vino a entreverarse con cosas mundanas y a colapsar involuntariamente la clásica distinción humanista entre historia e historia natural, cronología humana y tiempo cosmológico. Fue quizás por eso que F&G decidieron rescatar a El Mataco del encuentro promiscuo con retablos coloniales y retratos históricos decimonónicos, y alentar otra clase de encuentro. Lo emplazaron en el centro de una sala apenas iluminada por una tenue luz cenital que lo alumbra, y lo sumergieron en una cavidad octogonal que invita a sentarse en los bordes para contemplarlo. Cuesta acostumbrarse a la oscuridad de la sala, pero cuando la vista se adapta y el silencio se ahonda en las paredes y el piso alfombrados, El Mataco parece flotar en la noche oscura del cosmos y fosforece apenas con los brillos plateados del metal iluminado. Tienta acercarse y tocarlo, recorrer con la mano la superficie escabrosa pero tersa al tacto, bruñida en su larga marcha por el universo. Es frío, como si después de cuatro mil años de residencia en la Tierra hubiese borrado todo recuerdo de la incandescencia del viaje, y dispuesto así, solo en una sala de un museo histórico dedicada al arte, es y no es un meteorito. Claro que es una “cosa de otro mundo”, pero es también una pieza escultórica forjada durante más de cuatro mil millones de años en el trayecto, y a la vez, más que nunca, un objeto de arte contemporáneo, un ready-made cósmico. Será por eso que enseguida, en la estela duchampiana, pone el pensamiento en marcha; su perturbador minimalismo llama a demorarse observándolo, sentarse o incluso recostarse en la plataforma mullida y dejar que el encuentro fructifique. Solo en la sala oscura, El Mataco invita a imaginar el “mundo sin nosotros” del que proviene, no ya el Edén paradisíaco de la infancia del mundo, sino un mundo ancestral donde existió sin nadie que lo observe o lo nombre, garantía última de un materialismo auténtico. Frente a la pura cosa en el centro, los argumentos filosóficos de una nueva ontología orientada al objeto, que desandan varios siglos de antropocentrismo para atender a las cosas sin la correlación del sujeto que las piensa, resultan menos abstractos y paradójicos. Y más: ahí, aislado en una especie de limbo, como entre signos de pregunta en un museo histórico, El Mataco hace ver que, a fin de cuentas, no es tan ajeno al tiempo de la Historia. En el siglo XXI, con la humanidad convertida en un poderoso agente geológico que compite con las fuerzas naturales y es capaz de producir un cambio climático catastrófico, la distancia entre tiempo cosmológico e historia humana profunda (la tesis visionaria es del historiador Dipesh Chakrabarty) acabó por diluirse: todos, humanos y no humanos, estamos en el mismo barco desnortado, igualmente empequeñecidos ante la escala del descalabro. Flotando en la negrura espesa de la sala —vaya al encuentro, lector, y vea si no—, el meteorito da a ver también una imagen más sombría: un mundo futuro sin nosotros.
Faivovich & Goldberg, Encuentro con El Mataco, Museo Histórico Provincial de Rosario Dr. Julio Marc, Rosario, 8 de julio de 2019 – 8 de marzo de 2020.
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