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Por un lado, unas estructuras geométricas hechas de aire, y por otro, una obra que se apaga a medida que el espectador se acerca. Así son y así se llaman las dos instalaciones que Teresa Burga (Iquitos, Perú, 1935) presenta en el Malba: Estructuras de aire y Obra que desaparece cuando el espectador trata de acercarse, ambas de 1970. Estas obras y algunos diagramas e instrucciones para instalaciones y performances exhibidos en esta oportunidad dan cuenta de la corriente conceptual de desmaterialización de la obra de arte, tan propia de ese período.
Sin embargo, esta adscripción no logra dar cuenta de la experiencia que provocan las instalaciones, especialmente Estructuras de aire. Antes de entrar se ofrece un diagrama/manual que describe fríamente la obra, pero al atravesar la cortina que divide el mundo de la obra del mundo de la vida, esas estructuras translúcidas provocan una experiencia nada conceptual: el espectador queda en una absoluta oscuridad. Y esta negrura, por la que surcan, cerca del piso, formas tubulares que soplan intermitentemente, es por completo exótica en la contemporaneidad. Queda poco negro a nuestro alrededor, nuestra noche urbana está veteada de leds, tubos, luces de distintas temperaturas y un mismo reflejo azul que pega siempre sobre nuestros rostros, directo de nuestras ubicuas pantallas. Hay poca oscuridad a nuestro alrededor, y de ahí el profundo efecto de una obra cuya idea posee una sofisticación y conceptualización notables, y cuya experiencia se aloja en una zona tan emocional como primitiva.
“Así es como pasan las cosas en mi vida: algo aparece, después se pierde y tengo que buscarlo nuevamente, hasta que vuelve”. Teresa Burga fue miembro del grupo Arte Nuevo en 1966-1968, viajó luego a Chicago cuando ganó la Beca Fulbright, y volvió a Perú en 1971, con el militar Juan Velasco Alvarado en un gobierno de facto: “No podía quedarme en Estados Unidos, Perú me necesitaba. No estoy bromeando” —dirá en una entrevista respecto de la decisión de volver a su país en ese momento—. Esas intervenciones y desplazamientos, cierta constante dislocación y su permanente conciencia histórica son los modos en que biografía y obra despliegan su cualidad crítica.
Resulta interesante la paradoja que supone que una artista conceptual en el Perú de hace cuarenta años, mujer, crítica del sistema del arte y de un contexto aún mayor, incómoda en sus principios y en sus métodos —es decir, una artista con atravesamientos biográficos y conceptuales muy fuertes—, lleve adelante una producción que recurre a métodos despersonalizados de registro —incluso al azar— e intente desterrar sus propias preferencias y gustos de sus trabajos. Pero tal vez haya sido justamente ese intento por devolver la frialdad “objetiva” de lo que no el motivo por el cual su obra fuera tan incómoda (incluso hoy, con un lento reconocimiento que parece estar llegando).
Métodos sociológicos, registros médicos, luz, sonido, tecnología, diagramas y proyecciones construyeron una obra que atraviesa como un cuchillo impecable una selva conformista que lleva décadas creciendo: “A veces pienso que cuando hago obras que no van a poder ser vendidas es como si estuviera atacando algo”.
Estructuras de aire, Teresa Burga, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, 23 de julio – 16 de noviembre de 2015.
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