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La espalda erguida apenas toca el respaldo de la silla. El turbante impoluto le tira del pelo y tensa su mirada. Cada vez que da una pitada al cigarrillo parece querer devorarse el mundo. Es, a decir verdad, un poco exagerada. Está sola y a la espera de algo trascendental: un llamado telefónico, un golpe a la puerta, una carta. Se la percibe ansiosa, aunque eso no le impide manifestar una seducción que oscila entre natural y ridícula. Mira sin ver realmente nada, seguramente esté elucubrando algún nuevo plan macabro y culposo. Exhala el último humo. La luz humeante recorta la escena como un filo, como una ráfaga de viento helado que le paraliza la mirada. Apaga el cigarrillo en un pote de crema. La escena se interrumpe y vuelve a comenzar. El loop se vuelve la eterna espera del desenlace fatal.
“Rowena” es la obra y la mujer del video, femme fatale interpretada por su propio creador, el artista Martín Sichetti. Es también el puntapié inicial para adentrarnos en su universo creativo, en cuyo germen se encuentra el cine negro o film noir, quizás el más estilístico de todos los géneros, pura forma: el blanco y negro, el contraste rabioso, el escote profundo, el cigarrillo consumido, los callejones, la noche. ¿Qué sucede cuando se toman las formas de un cine particular y se lo lleva al collage, a la carbonilla o al video? ¿Cómo se extrapolan las formas de la pantalla grande a un espacio de exhibición? Allí radica el desafío de Film Fatale, exhibición curada por Florencia Qualina que tuvo lugar en Hache.
La blancura habitual de sala de exhibición es interrumpida por una pared negra que alude a una ambientación propia del noir y que a su vez encuentra su origen en el cine expresionista alemán. Los dibujos en lápiz y pastel sobre papel están dispuestos de modo alineado y simétrico; el recorrido lleva hacia el fondo, desde donde se abre un pasaje a otro ambiente tan misterioso como la oscuridad lo permite. Estas obras que hacen de fuga forzosa en el recorrido son en su mayoría frames “robados” de, o inspirados en películas icónicas: unos anteojos con los vidrios rotos, la mujer bella retocándose los labios frente a un espejo, unas sombras proyectadas sobre la pared, un pasillo de hospital, etc. Cada una de estas imágenes construye sin duda un clima entre siniestro, extraño y lúdico. En esos pocos elementos delimitados por el marco se condensa el instante de una acción que va a ocurrir o que ya pasó, un hecho trágico, un secreto, un crimen, lo inevitable.
Del otro lado, la oscuridad es interrumpida por un farol que parece sacado de un estudio de Hollywood de los años cincuenta. La sala de pronto parece un set de filmación, pseudoinstalación que invita a terminar de construir en la imaginación un espacio noir tangible. Aquí el celuloide original se transforma en video en loop y en performance del artista: pequeños gestos como apagar un cigarrillo o diluir veneno en una taza de café dan forma a piezas que condensan el sentido de una acción y que además de jugar con lo obvio del misterio se permiten lo absurdo y lo paródico de las formas típicas y clichés del género.
Entre la pura referencialidad de sus formas y la pura potencia de su contenido descansa Film Fatale. Las obras condensan, por un lado, la descripción detallada de lo que son, y por el otro, su condición de posibilidad: pueden representar lo evidente y aun así despertar un sentimiento o sensación nuevos. Es como en el cine noir: sus formas típicas hacen alusión a motivos específicos (el escote y los labios carmín aluden a la mujer seductora, que a su vez encarna el delito y la traición) y aun así queda lugar para la imaginación, aun así nos quedamos a ver la película hasta el final porque todavía hay lugar para la sorpresa. La provocación de Film Fatale consiste en jugar con las formas estereotipadas, con la solemnidad y los valores morales que encarnan y con el destino inexorable de sus personajes. Sichetti juega cuando fija un instante sobre un papel o un loop, y le pasa la posta al espectador para imaginar otros sentidos posibles.
Martín Sichetti, Film Fatale, Hache galería, Buenos Aires, 1 de marzo – 4 de mayo de 2019.
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