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Este último año, los fideos están gozando de demasiado protagonismo en nuestra vida social, que se extiende más allá de los domingos familiares de descendientes de italianos con oídos endulzados por el tintineo de la pasta seca arrojada a las cacerolas. Su influencia creció abruptamente gracias a las fluctuaciones del índice de precios al consumidor, al aumento de la demanda en los comedores comunitarios y a las ollas populares organizadas en símbolo de protesta por los movimientos sociales y de trabajadores.
Las fábricas cierran, despiden a los empleados, la harina baja su calidad, aumenta el precio de los fideos, los comedores colapsan. Y los dirigentes sindicales de la CGT engordan un poco más. En este contexto, la transformación de la galería Mite en una sofisticada tienda de joyas, que exhibe collares de fideos, parece una operación bastante refinada. Indagar sobre las formas en que ese particular objeto puede ser agrupado y ensamblado en patrones de orden riguroso, para generar piezas consistentes y flexibles sistemas de significación, tal vez nos pueda servir para reflexionar sobre nuestras posibilidades de articulación política y artística.
El grupo de CEO —conformado por “liberales” randianos— que está intentando administrar el país es bastante ineficiente a la hora de brindar un buen servicio a la gente. Incluso parece ser peor que la corrupta agrupación populista a la que suele criticar. Aparentemente, los discursos motivacionales no estarían funcionando para solucionar las cosas. Tal vez deberían dejar de leer, al menos por un tiempo, esas entretenidas novelas de Ayn Rand y buscar en alguno de los libros de Mises y Rothbard una mejor receta; quizás en eso —sólo en eso— el economista Javier Milei tenga algo de razón.
Los problemas del país parecen ser, más que nada, un asunto de mala ingeniería. En este sentido, no es tan grave que Mauricio Macri no sea un buen presidente porque, seamos sinceros, ¿qué significa ser un buen presidente? Lo que de verdad es preocupante es que aparentemente no es tan buen ingeniero como muchos creían.
Por otra parte, con esas hermosas joyas, Marcela Sinclair demuestra ser una gran artesana. Alguien capaz de manipular y transformar la materia hasta el punto de poder apropiarse de ella para cambiar las cosas —para mí esto no suena muy diferente a ser un buen ingeniero—. Los funcionarios podrían aprender algo de esa muestra, al menos a modelar, a darles alguna forma a las cosas, porque al fin y al cabo eso tiene bastante que ver con gobernar. ¿En quién confiarías más a la hora de diseñar, por ejemplo, un buen cordón policial? Hmm… formalmente no parece ser algo tan diferente a un lindo collar de fideos.
Marcela Sinclair, Fuga, Joya, Mite galería, Buenos Aires, 2 de noviembre – 8 de diciembre de 2018.
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