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Sobras de pan, retazos de tela, una ramita y una botella grande de lavandina son algunos de los materiales heteróclitos que Celina Eceiza logra integrar en un gran patchwork confeccionado a partir de procedimientos tan difíciles de comprender como la magia simpática o la alquimia.
La sala en que funciona Móvil se transfigura en un imperio autoproducido por una especie de imaginación que logra atraer sus deseos mediante la representación, como si se tratara más de una antigua caverna intervenida por tehuelches que de una sala de exhibiciones.
¿Qué se necesita para crear un mundo? Un pajarito de pan endurecido, una paloma montando un burro en cuyo lomo crecen flores, velas que nunca se apagan, margaritas gigantes, jarrones brillantes que iluminan la noche con su propia luz, ¿qué son todas estas cosas?, ¿es sólo la imaginación?
La muestra crea un lugar bastante diferente a la vida cotidiana, un lugar más parecido a La Zona, en el que una mutación de la naturaleza logra unificar nuestros miedos y deseos hasta el punto de hacernos sentir como extranjeros en un mundo que aparentemente no está gobernado por reglas conocidas. ¿Qué significa entrar en contacto con ese orden fuera de nuestro orden?
La exhibición presenta una cartografía particular, está esculpida en el tiempo, y la única forma de salir realmente de ahí parece ser adentrándonos aún más. ¿Cuánto tiempo pasa uno en esos mundos imaginarios y maravillosos tan distintos al nuestro? Nos quejamos mucho de “nuestro mundo”, y sin embargo todos seguimos viviendo ahí adentro.
Hay un desafío central que implica la creación de un patchwork: la integración. ¿Cómo hacer que un gran número de géneros y especies diversas se unifiquen de forma más o menos coherente en una misma región? Este parece ser un desafío que comparten tanto el arte como la política, y también es una de las misiones centrales del centro de experimentación en arte, tecnología y comunidad conocido como cheLA, que encuentra una correlación con los intereses del subespacio Móvil. Pero, más allá de tratar de comprender cómo funciona este complejo conjunto de Cantor, quizás deberíamos preguntarnos qué significa realmente “experimentar con comunidades”. Esto tiene todo el aspecto de ser algo que puede dar como resultado cosas tan extrañas como la muestra de Eceiza, el apartheid, los bantustanes, o incluso la independencia de Checoslovaquia. ¿Qué significa la integración en un mundo que parece estar desintegrándose?
¿Podría el arte enseñarnos algo de esto? El patchwork al que recurre la exhibición también funciona como inspiración para uno de los programas políticos más oscuros de nuestro tiempo, que imagina el mundo como un entramado de micronaciones, administradas a la manera de sociedades anónimas, en las que los habitantes no tienen voz y el poder del gobernante —como sucede en cualquier muestra de arte— no puede ser objetado; a lo sumo, uno puede elegir entre permanecer allí aceptando las condiciones o salir.
Pensemos, por ejemplo, de qué manera se habrán integrado en el patchwork de Parque Patricios los CEO de la nueva sede del Gobierno de la Ciudad, los empleados públicos, los hinchas de Huracán, el viejo café de la esquina, las fábricas que ya no fabrican, los artistas, los mundos imaginarios de los artistas, los curadores y sus curadurías. ¿De dónde vendrá el poder tan particular que es capaz de unir cosas tan diversas? ¿Del dinero, de la fe en los sueños, de la ingeniería política, o de una rara magia simpática como la de Celina?
Celina Eceiza, La conquista del reino de los miedos, Móvil, Buenos Aires, 2 de noviembre – 21 de diciembre de 2019.
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