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El museo establece el nombre y el límite de los objetos, determina la fecha en que nacieron a la civilización y señala, llegado el caso, sus partes faltantes. En otras palabras, estabiliza la forma de su existencia pública. Esta batería de técnicas configura un modo de relación con las cosas que comienza a finales del siglo XVIII, cuando la arqueología toma el relevo de la anticuaria y prepara el espectáculo de sus instituciones modernas.
La noticia histórica es oportuna si queremos medir el gesto de Tirco Matute, artista radicado en Buenos Aires, que decide hacer una excursión al Museo Etnográfico y Colonial Juan de Garay, en la ciudad argentina de Santa Fe. Viaja, para poder evocar un pasado a través de la lejanía y para enmarcar en esa distancia la figura retórica de su intervención: una mise en abyme. El proyecto transcribe los gestos de una comunidad hacia el mundo de los objetos; una comunidad que se constituye, precisamente, interpretando testimonios físicos de colectivos históricos. De ese modo, el artista proyecta sobre la escena de un museo etnográfico la imagen de otro, invisible, que él mismo se encarga de cartografiar. La pregunta no es tanto por los modos de dar a ver como por las operaciones que están detrás de esa puesta en escena: exhumar, medir, inscribir en la serie; la documentación como inflexión histórica en la cultura material.
El título de la muestra condensa la hipótesis de Matute: las técnicas de gestión de las cosas dan lugar a una nueva morfología, tan específica como imponderable, que encuentra en el museo el espacio de su despliegue. Ese nuevo repertorio de formas no tiene la evidencia de los objetos mostrados sino la fuerza elusiva, casi fantasmal, de lo que las vuelve visibles. Los resultados se exhiben en una sala cerrada con una estructura de varillas y material translúcido. Son fotografías impresas sobre papel japonés, presentadas en cajas de acrílico y muebles biombo. En esas imágenes, la transparencia del discurso se repliega y se exhibe como un artefacto opaco. Envueltos en sobres de plástico, los restos de un candelabro colonial reflejan un brillo que ya no remite a la historia de la pieza sino a la del dispositivo que la documenta.
Del trabajo de campo no se desprende un deslocalizado museo imaginario, sino el comentario sobre una institución efectiva, que emerge como un museo en segundo grado. En el aquí y ahora de la exhibición, lo que resulta expuesto es un orden del discurso, el estilo con el que las palabras administran las cosas, pero sobre todo el sistema de distancias y proximidades en el que los restos se transforman en objetos de conocimiento. La potencia estética de la pesquisa surge de reponer estas coordenadas en el ecosistema singular de un museo, como mitología materializada de quienes lo afectan. De ese modo, Matute reencuadra la institución como territorio: sitúa sus mecanismos de aislamiento y universalización en las contingencias precisas de una historia y de una geografía.
Tirco Matute, La forma etérea, curaduría de Alfredo Aracil, Hilo Galería, Buenos Aires, 9 de agosto – 6 de octubre de 2018.
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