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Basta trazar un redondel para hacer un mundo. Es algo que hemos aprendido hace al menos mil años, en las miniaturas medievales. Y digo redondel porque círculo es una expresión que denota exactitud, armonía y cálculo. Un redondel recomienza con soltura una relación entre un adentro y un afuera, que no existen antes del redondel. Es una operación de separación, pero también de enlace entre zonas nuevas. Pintorescas miniaturas en las que un Cristo encorvado posa un compás sobre un plasma concéntrico y multicolor que luego será el cosmos.
En Isla Flotante Santiago Villanueva montó cincuenta y nueve dibujos realizados entre 2020 y 2023 que rodean el espacio como el hallazgo paradójico de un anillo cuadrado. Considerando otras series en las que ha trabajado ―los espirales antimosquitos, las mesas revueltas, los dibujos de flechas―, resulta sorprendente su capacidad para explorar las vicisitudes de un tema. En este caso particular, transitó las combinaciones posibles de tres elementos: las mesas, las panzas y las bolsas, objetos que se caracterizan, en principio, por integrar instancias de los procesos de nutrición: donde se transportan, se apoyan y se digieren los alimentos. Villanueva revuelve, mezcla y reorganiza formas diversas, en una subterránea comunicación con los modos en que la historia del arte nos ha enfrentado con la digestión de la materia.
Se trata de un conjunto de dibujos que extenúa las relaciones entre lo interior y lo exterior. Recorriendo la muestra, nos encontramos con la variación de esas formas simples e irregularmente geométricas que, como una célula colorida donde se suceden movimientos incomprensibles, muestran la interioridad vinculante de un proceso. Líquidos que se derraman, libros como estaciones de pensamientos en curso, curvas plasmáticas bifurcándose, líneas horizontales que sugieren la diferenciación originaria de un horizonte.
Si las naturalezas muertas suelen mostrar los alimentos en el momento propicio para ser comidos, voluptuosas condensaciones de un patrimonio o de una invitación, Villanueva plantea, en estos dibujos, la curiosidad por el momento de mezcla y procesamiento de las bolsas, las mesas y las panzas dentro de una dinámica más amplia, que implica traspasos, envolturas, vibraciones, huellas orgánicas, pensamientos a medio hacer e insinuaciones escurridizas.
En un texto que preambula la exposición, Santiago Villanueva nos cuenta el descubrimiento de una pintura de Victorica: una gran tela amarronada, cuyo color no proviene solamente de los pigmentos químicos; es una pintura con restos de mierda. En el centro de la composición, un hombre se tiende frente al monograma de Cristo, inscripción clásica de las hostias, el alimento a través del cual se realiza, culinariamente, la unión con el dios católico. El texto nos deja una intrigante pregunta: ¿cuáles son las consecuencias de este hallazgo en la materia plástica de un clásico argentino? Con frecuencia la crítica ha reflexionado, desde una perspectiva materialista, sobre el arte como práctica residual, errante y desechada de la sociedad; distinto es pensar de qué manera el desecho aparece literalmente entre los materiales de la obra. La aparición de la mierda en una pintura suma una nueva capa de sentido a la concepción de la obra como proceso, proceso además químico y orgánico.
Cuando miramos las hipotéticas reconstrucciones de nuestros más primitivos ancestros biológicos, notamos que son apenas un trazo entre dos extremos: la boca y el ano. Un tubo por el que entra, se procesa y sale, transformada, la información molecular. Esa es la sencilla morfología que compartimos con casi todos los animales del planeta. No es fácil lograr la ingenuidad. La lengua, ese músculo anfibio, hiperactivo, que se despega constantemente del cuerpo y que comunica el interior con el exterior, está en el inicio del sistema digestivo. Puede devolver, como señala el título de la muestra, aquello que otras zonas del cuerpo se han acostumbrado a comprimir u ocultar. Como una persona que se dedica a escribir, más de una vez me bloquea la significancia del lenguaje. Los artistas que conozco me han enseñado que las trabas son del ego: el cuerpo, es decir, la lengua, el culo, la mano, el corazón, son agentes transpersonales que siempre pueden avanzar más allá de los límites de los sentidos. Estas obras de Villanueva nos devuelven, como contraseñas pulsátiles, la feliz confianza en que el dibujo puede ser un esquema de realidades oblicuas, un umbral sencillo hacia los lados desconocidos de lo visual.
Santiago Villanueva, La lengua revela lo que el corazón ignora, lo que el culo esconde, Isla Flotante, Buenos Aires, 23 de noviembre de 2023 – 31 de enero de 2024.
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