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¡En pie famélica legión! Los condenados de la pantalla, de la artista y ensayista Hito Steyerl (Múnich, 1966), junto con Volverse público, del filósofo Boris Groys, posiciona a Caja Negra como uno de los proyectos editoriales con el ojo más afilado. La colección Futuros Próximos, de la mano de estas piezas inaugurales, provocadoras y batallantes, se destaca como referente en el campo de la reflexión sobre arte contemporáneo, dentro de un panorama local yermo en traducciones y producciones teóricas sobre artes visuales.
Así como circulan textos de Groys en distintos sitios de Internet, varios de los ensayos de Steyerl, como “¿Es el museo una fábrica?”, se dieron a conocer en la plataforma virtual e-flux. Los condenados de la pantalla ofrece un análisis crítico sobre la condición de la imagen contemporánea, las características de su producción y circulación, y una reflexión sobre la posición del sujeto como productor y público en el campo del arte. Se estructura a partir de una organización argumentativa con ideas claras y una prosa que oscila entre lo ensayístico y lo literario, que la traducción de Marcelo Expósito (traductor de textos emblemáticos de la crítica institucional) no desvirtúa.
Steyerl describe con perspicacia algunos de los problemas del capitalismo visual, como los actuales cambios en los modos de ver y en nuestro sentido de orientación temporal y espacial debido a la incorporación de las nuevas tecnologías, que nos sitúan en lo que la autora describe como una posición de caída libre; se trata de un proceso que arrancó con la destrucción de la perspectiva lineal por parte del cubismo y del cine en la modernidad. Pero nuestra percepción de la realidad se modificó no sólo por el pasaje de una perspectiva estable a otra múltiple y simultánea, sino también porque se instauró una nueva normatividad visual basada en las pantallas. Vemos y nos ven a través de ellas.
Al cambio de perspectiva y dispositivo que configuran nuestra visión, se suma la transformación del estatuto de las imágenes que hoy circulan en el mundo, definidas como imágenes pobres, copias en movimiento, ripeadas y remezcladas, que, como todos sabemos cuando compramos películas truchas, cambian calidad por accesibilidad. Los “condenados de la pantalla” no sólo son los sujetos monitoreados y subyugados por los monitores, sino también las imágenes pobres.
Steyerl analiza el trabajo en el mundo del arte luego del giro productivo a partir del cual la división tradicional entre trabajo y ocio, característica de la era fordista, queda desarticulada. El arte, declara, es la industria con mayor índice no remunerado; sus actores carecen en su mayoría de capacidad de resistencia u organización, y el oportunismo y la competición no son desviaciones sino factores estructurales. Un campo donde los actores conviven con la agotadora sensación, lúcidamente detallada, de estar siempre atrasados, demasiado adelantados, detenidos, abrumados, perdidos, cayendo, donde el trabajo se convierte en ocupación (porque es trabajo no remunerado) y la obra pasa a convertirse en actividad o performance.
Como un cimbronazo, Los condenados de la pantalla parafrasea el Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, cuyo título proviene de uno de los versos de La Internacional: “¡Arriba, parias de la tierra! ¡En pie famélica legión!”. En un acto de declamación, llama a que las políticas del arte se transformen en el eje del arte político, porque a pesar de su visión crítica, Steyerl encuentra el espacio del arte como un lugar de movimiento, deseo y energía.
Hito Steyerl, Los condenados de la pantalla, traducción de Marcelo Expósito, prólogo de Franco “Bifo” Berardi, Caja Negra, 2014, 204 págs.
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