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Después de diez años de correspondencia ininterrumpida, el 19 de julio de 1940, desde Lourdes, en los Altos Pirineos, Detlef le envía a Felizitas la que sin saberlo sería su última carta. Acechado por la guerra, contesta a la carta que su amiga le había enviado el día 8 del mismo mes diciendo: “no tengo necesidad de decirte cuánto consuelo me ha dado. Diría más bien: alegría, pero no sé si podré experimentar ese sentimiento en estos tiempos”. Felizitas era en realidad Gretel Karplus —quien se había casado en 1937 con Adorno— y Detlef era nada menos que Walter Benjamin, quien escribía esa carta después de haber emprendido el viaje que debía sacarlo de Europa, pero que culminaría con su suicidio en Porbou, en septiembre de ese mismo año.
Sin lugar para la alegría, es el pesimismo, esa otra forma de la sensibilidad, la fuerza que debe movilizarnos. No se trata, sin embargo, de pensar en modelos irracionales que entiendan la política como un acto de fe, sino de entender la práctica artística como vector capaz de transformar el campo de lo sensible. Así lo entiende Rancière, quien articula la relación entre estética y política a partir de “la manera en que las prácticas y las formas de visibilidad del arte intervienen en la división de lo sensible y en su reconfiguración”.
Una línea similar sigue Luto tropical, la muestra curada por Paula Borghi (Brasil) en Pasto, en ocasión de la celebración de los siete años de la galería. Borghi retoma el concepto de luto, definido por Freud en “Duelo y melancolía” (1917), como una reacción ante una pérdida, ya sea en el ámbito personal o en el social. Con la participación de los artistas brasileños Fernanda Grigolin, Mónica Ventura, Raquel Nava, Thelma Vilas Boas, Thiago Honório, Traplev, Verena Smit y Zé García, además de los argentinos Ariel Cusnir, Estefanía Landesmann y Loca, la muestra reúne una constelación de objetos, imágenes y pensamientos que conecta la memoria superviviente de la conquista europea de América con la situación actual que vive el continente, especialmente Brasil luego del triunfo electoral de Jair Bolsonaro.
El luto, señala Borghi, comenzó en 1492. Un contexto signado por la pérdida de derechos, las agresiones hacia las minorías y la aniquilación de los recursos naturales, en un desarrollo histórico que se repite, una y otra vez, como tragedia. Ahora bien, como señalamos más arriba, buscando un reparto de lo sensible capaz de redefinir el tiempo y el espacio que habitamos como latinoamericanos, el luto tropical constituye una fuerza capaz de hacer frente a esas agresiones. Así se hace posible, a través de la obra de Zé García —una colección de ruinas generadas a partir de plumas y de restos de madera, típicos de Brasil—, repensar el entorno natural. O, por otro lado, recuperar la memoria del trabajo diario de miles de obreros del continente que hoy sufren las consecuencias de los modelos económicos neoliberales en la obra de Thiago Honório, obra escultórica construida a partir de guantes de látex usados.
Luto tropical muestra la necesidad de repensar las fuerzas que nos movilizan. De ese modo, es una propuesta celebratoria, aunque esté signada por una supervivencia frente a la muerte. La fiesta y el carnaval no pueden estar muy lejos.
Luto tropical, curaduría de Paula Borghi, Pasto Galería, Buenos Aires, 14 de febrero – 30 de marzo de 2019.
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