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Cuando uno se acerca a una exhibición es para formar parte de un ritual. Se vuelve parte de una convocatoria al cambio, el cuerpo modifica su manera de habitar el mundo y se oxida en el suspiro secreto de las obras. Los objetos cambian o dejan de lado sus funciones, se vuelven un hotel para diferentes pensamientos. Uno puede enamorarse o no de la situación, pero los ingredientes están ahí, son un cortocircuito entre los tejidos que arman los artistas, los objetos y los extraños testigos. Pero ahora la fábula de un monstruo de tres cabezas, el monstruo joven que ensambla las producciones de Andrés Piña, Franco Mala y Mauricio Poblete.
1. Que se sorprendan;
Franco Mala crea pinturas podridas, que se hunden en lo desagradable como un pan duro se sumerge en el mate cocido. Un zombi lame unos pies verdes o una mujer rubia, agotada de tanto viajar en el tren Roca, fuma cuatro cigarros y observa el cielo lleno de angustia. Escenas de un mundo desesperado por sacarse la piel, mostrar su cara marchita y un nuevo tipo de belleza. Lejos de una técnica “impecable”, las pinturas se van imponiendo a base de pinceladas intuitivas, entre una película de John Walters y un libro Taschen. A veces Franco Mala se pierde en un pedazo de carne bautizado La Porkería. La Porkería es un bicho mujer-hombre-alien que hace performance en una esquina de Lanús y en los escenarios de las fiestas gay. La Porkería no habla y su cuerpo parece un desnudo de Francis Bacon, inquieto y sucio. A veces se arranca los genitales de goma con un cuchillo, sus labios son un homenaje distorsionado a Divine. De sus performances queda un efecto de shock y sus máscaras: pequeñas obras que no nacen del desprecio hacia el buen gusto, sino de una mirada disconforme con los modelos de identidad vigentes. Franco Mala pareciera estar buscando el verdadero significado del término queer, por fuera de todo panfleto o pronunciamiento político. Quiere encontrar un lugar donde se pueda habitar el caos sin juicio y reproches.
2. Que no lo entiendan todo;
Las performances de Mauricio Poblete imprimen una mueca en el cerebro, dejan en claro que algo del mundo sensible no está del todo bien. Se observa un ejercicio corporal relacionado con la crítica a los caprichos burgueses de una cultura mitad europea, mitad sudamericana, mitad góndola de supermercado identitario. Posa desnuda, imitando a ese cadáver azul que pintó Alfredo Guido en 1924, observa fijo al hombre blanco y lo sentencia en un juicio mudo. La chola es la madre soltera de los discursos crueles. Mauricio Poblete, cuerpo nacional al servicio de una aldea llamada idiosincrasia.
3. Que se lleven algo a casa.
Más abajo, un infierno chiquito: unas cabezas partidas a la mitad, las muerden unos apliques hechos con yeso, pelo y bronce. Son los ornamentos mutantes de Andrés Piña. Instrumentos para expandir la boca y revestir la oreja con un plateado carcomido o un dorado que recuerda a la oreja de Eduardo Costa para el proyecto Moda Ficción 1. Piña tiene la capacidad de generar una piel provocadora y ubicada en la intimidad de lo doméstico, estirándose contra el erecto canon de la escultura argentina. Son joyas pequeñas, forjadas en una idea de movimiento: redescubrir en el objeto cualidades de los cuerpos y viceversa; someter a la ficción que separa lo inerte de lo orgánico. Piña orquesta una mutua donación de órganos entre los humanos y los apliques. “Soy una fuente de sangre en la forma de una chica”, cantaba Björk en 1997. Algo de esa conciencia corporal y poética resume el efecto que esparcen esos seductores apliques.
Los tres artistas están atentos. Afilan sus colmillos y salen de una cueva para perderse en otra, muy conscientes de sus herramientas y su misión. Saben que no hay territorio virgen en el lenguaje del arte. Por eso desvían los caminos, los retuercen y los mutilan. Son jóvenes y eso es un peligro: la pesada carga, el efecto cascada de las expectativas y la etiqueta que se volverá cicatriz. No se dejan embriagar por la falsa promesa. Trabajan para ser atemporales, entre prácticas ingenuas y gestos mínimos pero perturbadores. Su aventura no se relaciona con construir una revelación, sino con volverse una entidad.
Andrés Piña, Franco Mala y Mauricio Poblete, Mestizas, curaduría de Nancy Rojas, Pasto galería, Buenos Aires, 22 de junio – 2 de agosto de 2018.
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