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Fría noche de invierno en Londres. A pasos de la elegante Regent Road, el imponente vidriado negro de la galería Hauser & Wirth resplandece bajo luces titilantes que dan a la escena el tono de un hotel de ruta extrañado. La atmósfera perfecta para adentrarse en mindfuck, una exhibición del artista norteamericano Bruce Nauman, curada por el canadiense itinerante Philip Larratt-Smith, ya bien conocido en Buenos Aires por sus magníficas puestas de Andy Warhol en Malba (2009) y Louise Bourgeois en Proa (2012).
mindfuck. El título de la muestra es tan justo como de imposible traducción. Acción o verbo de manipular. Experimento desconcertante donde el espectador se ve abandonado a fuerzas sin dueño. Son apenas cinco las ¿obras-esculturas-instalaciones? que Larratt-Smith dispuso en la galería norte, y a la vez un mundo. Lejos del síntoma individual, la colección explora por primera vez y con mirada freudiana la experiencia corporal del trauma que agita la obra temprana de Nauman, disolviendo barreras entre yo-otro, sujeto-objeto, observado-observador, víctima-victimario. La exhibición llega acompañada por un libro-catálogo con ilustraciones de Nauman y un sofisticado ensayo performático de Larratt-Smith que funciona como obra autónoma y hasta manifiesto mindfucker.
Basta detenerse frente a Carousel (1988) para experimentar la circularidad abismada y literal de todo aquello. No hay niños ni mágicas criaturas de ensueño en esta calesita trastornada. Tampoco sortijas o premio alguno. Solo cuerpos desmembrados–cabezas de caballos, torsos de perros, ciervos–, trofeos o piezas de carnicería que giran arrastrados por un macabro sueño infantil que no se elabora nunca. Rígidos, los cuerpos arrastrados en cadena dejan marcas de resistencia en el piso, chirridos de metal que refuerzan las huellas de un trauma que no deja de inscribirse a sí mismo.
El efecto hipnótico viaja por tubos de neón a la instalación vecina: Good Boy, Bad Boy (1985). Cien mandatos en series regulares: love, hate, eat, piss, shit (amar/odiar/comer/mear/cagar). Verbos y pronombres se conjugan, enlazan y subvierten en un laboratorio lumínico no apto para epilépticos. En lo alto de una pared, los tubos de neón amarillo y fucsia de Run from Fear, Fun from Rear (1972) parecen agitarse bajo una nube de moscardones invisibles. Y es en aquella inversión dislocada del lenguaje donde la obra de Nauman revela su goce secreto por el juego, la repetición y el encuentro.
En el centro de la galería, una abertura imposible –aun para el más esmirriado– conduce a una habitación vacía. Bajo la luz amarillo-verdosa, los cuidados outfits del opening adquieren un tono levemente absurdo. Uno a uno, jóvenes artistas, señoras de sombrero, parejas y solitarios desfilarán por un limbo improbable para descubrirse autómatas vivientes de una morgue colectiva. Mientras, en el rincón más oscuro de la galería, Sex and Death / Double “69” (1985), dos figuras gigantes de aluminio, neón y sexo cambiante –¡atención!, son cuatro– practican una felatio múltiple, sin final, diván ni analista.
Es todo: cinco obras. O apenas una. Un carrusel brutal animado por la risa burlona de aquellos que se saben espectadores de sí mismos. Mindfuckers.
Bruce Nauman, mindfuck, Hauser & Wirth, Londres, 30 de enero – 9 de marzo de 2013.
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