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Nina Kovensky demuestra en el tramado de sus obras la irreverente capacidad para producir, con los mismos materiales, otra cosa. Es una especie de alquimista contemporánea por cuya sangre corre la tesis doctoral de Gilles Deleuze (Diferencia y repetición): Nina busca en la repetición el surgimiento de un matiz distinto. Repite para inventar. Repite (pero no se repite) con el deseo de ver surgir de pronto un orden heterodoxo. Se ensaña con una forma para dinamitarla y abrir el camino hacia lo nuevo. Nina repite porque no le queda más remedio, aunque, se sabe, la repetición es imposible.
Su metodología consiste en introducir pequeños desplazamientos que inducen al espectador a volver sobre sus pasos, es decir, a volver al pasado, como una investigadora atenta a recabar indicios que le permitan resolver el crimen; pero este crimen es particular, ostenta una temporalidad trastocada: aún no sucedió, está por suceder, está sucediendo en este instante.
En ese volver sobre sus pasos el tema recurrente de Nina es el control social, especialmente el control celebrado por la ciudadanía. De ahí que en sus obras confluyan elementos lúdicos y sombríos, irónicos y tenebrosos.
Por ejemplo, de una de las góndolas emplazadas en Quimera cuelgan armas de fuego largas (símil medias reses de carne) confeccionadas con controles remotos. El impacto de la instalación me condujo mentalmente al cine de Michael Haneke. Ignoro si Nina conoce su cinematografía (igualmente ignoro si leyó al Deleuze de Diferencia y repetición o de “Posdata sobre las sociedades de control”, el dato efectivo resulta poco relevante); sí sé que esa mezcla de humor y horror aparece en varias películas del director austríaco, entre ellas, Funny Games (en donde el control remoto adquiere un papel estelar), y también aparece en la última exposición de Nina, Mini Libertad.
Ya desde el título advertimos el carácter ambiguo de la muestra. El nombre de un supermercado realmente existente conjugado con la vocación contemporánea de reducir y acortar. Menos libertad que, vaya sorpresa, se promociona como ventaja (quizás lo sea en términos existencialistas). Una restricción aclamada y virulenta de las libertades que sólo puede ocurrir gracias a la construcción de un enemigo inexorable. Sin ir más lejos, entre los infinitos carteles de propaganda del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, destaco el siguiente: “75% de la Ciudad videovigilada”. Todo un logro. Y en la página web el mensaje se amplifica: “Nos comprometimos a sumar nuevas cámaras y llegar a una cobertura del 75% de la Ciudad, para que sea cada día un lugar más seguro y disfrutable”. Sin malicia, podríamos interpretar las tres líneas como un sarcasmo capussotiano, pero no, son en serio. En este marco, la clave ideológica del asunto reside en la palabra “disfrutable”. Disfrutar de la seguridad de ser controlados sería una traducción justa. De cada diez cuadras, sólo en 2,5 caminamos sin el ojo avizor del Estado cuidando nuestras espaldas (extraño fenómeno: la sensación de inseguridad es directamente proporcional a la cantidad de dispositivos tecnológicos puestos al servicio de la vigilancia).
El supermercado (lo súper frente a lo mini, lo privado frente a lo público, el Mercado frente al Estado) que monta Nina en Quimera va en esa dirección. Es un espacio con góndolas en cuyos estantes se disponen artefactos de índole securitaria, confeccionados a partir de material tecnológico de desecho o de bajo costo. Al mismo tiempo, las góndolas, la caja registradora y los visitantes son monitoreados por una docena de latitas de gaseosa, cerveza y speed que hacen las veces de cámaras de seguridad.
¿Por qué la artista no utiliza cámaras de verdad? Me gustaría expresarlo así: al poner en primer plano el material, Nina remarca el orden (el circo) securitario y su estrechísima relación con el circuito (el circo) del consumo. Son cámaras de mentira, de juguete, porque da lo mismo. De hecho, cuántos negocios anuncian “Sonría, lo estamos filmando”, cuando en realidad la cámara no funciona. Entre consumo y seguridad (ambos representantes de la propiedad privada), se filtra la descomunal violencia desatada contra la población a fin de sostener el statu quo. Una población que festeja el empleo de la violencia para terminar con la violencia. Una población que festeja la privatización del espacio público mediante la tecnología. Una población (y quien esté libre de pecado, tire la primera piedra) que festeja el ubicuo patrullaje policial.
Cámaras, alarmas, celulares: el control urbano tiende a desterrar de nuestro horizonte lo inesperado, las sorpresas, lo ingobernable.
Ceder libertad para ganar seguridad. Lisa y llanamente, una mini vida.
Nina Kovensky, Mini Libertad, curaduría de Ari Nahón, Quimera Galería, Buenos Aires, 2 de diciembre de 2022 – 23 de febrero de 2023.
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